El fuego de San Telmo es un meteoro ígneo que suele dejarse ver en los palos de las embarcaciones, especialmente después de la tempestad. Este fenómeno eléctrico puede ser interpretado como una señal de esperanza -que se refuerza con la tempestad calmada- y como un signo de protección del patrono de las gentes del mar, San Telmo.

Muchos poetas se comparan a sí mismos con un piloto en una mar sin referencias, que se dejan iluminar por el brillo del fuego que presagia la orientación y la llegada a puerto de la nave: "cuando sin esperanza, de espanto medio muerto/ ve el fuego de San Telmo lucir sobre la antena,/ y, adorando su lumbre, de gozo el alma llena,/ halla su nao cascada surgida en dulce puerto", escribe el antequerano Pedro de Espinosa.

La fiesta de San Telmo se celebra en la diócesis de Tui-Vigo -en la ciudad de Tui, con rango de solemnidad-, el lunes posterior al segundo domingo de Pascua. Es San Telmo, el beato Pedro González, un santo amable y próximo a nosotros. Su "Cuerpo Santo" -sus reliquias- reposa en una preciosa capilla que construyó el obispo Diego de Torquemada en la catedral tudense.

Ya durante su vida terrena, cuando predicaba como misionero por tierras de Galicia y de Portugal, fray Pedro, nuestro santo, resultaba simpático a quienes lo trataban: Era -recoge el padre Flórez de un documento antiguo- "pequeño de cuerpo, agradable a la vista, dulce en palabras, alegre en el rostro, y tan compuesto en lo interior y en lo exterior" que suscitaba el aprecio de aquellos con los que se encontraba. No nos vienen mal, en estos días de tempestad, la dulzura de las palabras y el fuego y la luz de la esperanza.

En San Telmo encontramos reflejadas las tres luces de las que habla la tradición cristiana. La primera de ellas es la luz de la razón, la capacidad que Dios nos ha dado de situarnos juiciosamente en la realidad. San Telmo la poseía en grado más que notable. Se mostraba atento a las necesidades de los hombres y trataba de solventarlas del mejor modo posible. Por ejemplo, impulsando la construcción de un puente en Castrelo de Miño que permitiese atravesar de un lado a otro el más caudaloso de los ríos de Galicia.

Ante una situación como la provocada por la pandemia, debemos emplear la luz de la razón: buscando, la ciencia, tratamientos y vacunas; interrogándonos, filosóficamente, sobre qué y cómo hay que orientar la marcha del mundo; proyectando -gracias a las ciencias humanas- la reconstrucción de nuestra sociedad que parece haberse venido abajo como un castillo de naipes.

También nos ayudará, y de modo principal, la luz de la fe, que dilata nuestra capacidad de razonar y la abre a la Palabra de Dios, a la Verdad en persona que es Jesucristo. Nada se pierde, sino que todo se gana si ampliamos el alcance de nuestra mirada hacia un horizonte de trascendencia, hacia la universalidad concreta de Jesús y de su amor que incluye, superándola, toda la sabiduría humana.

La tercera luz es la luz de la gloria. Se trata aquí de la meta más pura de la esperanza, de aquello que, como dice San Pablo, "ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el hombre puede pensar lo que Dios ha preparado para los que lo aman".

En la solemnidad de nuestro Santo se suele cantar un villancico: "Con velas de esperanza, en nave carcomida, el golfo de la vida surcamos sin cesar; instable es la bonanza, mas el peligro es cierto; para arribar al puerto ¡cuánto hay que navegar!".

En medio de la tormenta, San Telmo nos permitirá divisar su fuego, que no es fatuo, sino que está cargado de luz: de razón, de fe, de esperanza en el cielo.

*Instituto Teológico de Vigo