A finales de 1917 saltó la alarma en toda Galicia por el desembarco de unos 250 fardos de bacalao en malas condiciones para el consumo humano, que el vapor "Cabo Quejo" dejó en los puertos de Vigo y A Coruña.

Eduardo Mosquera había tomado medidas unos meses antes para efectuar los reconocimientos oportunos, partida a partida, y había sumado el requisamiento de unos 800 kilos en varios establecimientos. Ante la inquietud general por la existencia de esos fardos contaminados, Mosquera extremó su rigor al máximo y pidió a los jefes de las estaciones del ferrocarril y tranvía que no autorizasen la salida de ningún paquete de bacalao sin su conocimiento previo. Así confiscó siete fardos enviados a Pontevedra por un almacenista de Vigo y luego sumó otros 50 kilos decomisados en diversos controles.

La crisis abierta provocó un desabastecimiento patente, hasta que en vísperas de Navidad, época por excelencia de su consumo familiar, el propio Mosquera confirmó la excelencia de una nueva partida llegada por cuenta del conocido almacenista, Juan Antonio Prieto. Ese bacalao se puso a la venta entre 3 y 3,50 pesetas el kilo en su comercio de la calle de la Oliva.