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Ánxel Vence.

Crónicas galantes

Ánxel Vence

Los viejos rockeros nunca mueren

Tierra pródiga en centenarios (y centenarias), Galicia es el tercer reino autónomo de España con mayor número de ancianos; pero a pesar de ello resiste mejor que otros al ataque del coronavirus. De hecho, es el territorio con menor tasa de mortalidad, por el momento, en los registros fúnebres de la epidemia que nos aflige. Algo raro pasa aquí.

Lo normal sería que un bicho que se ceba mayormente con los veteranos de más de sesenta, setenta y ochenta años estuviese diezmando a la envejecida Galicia más que a cualquier otra comunidad; pero no es así. Bien al contrario, esa terrible tasa de letalidad es aquí la más baja de toda España.

Se disparan, en cambio, las defunciones en las autonomías más jóvenes y urbanas; lo que, al menos en apariencia, contradice el efecto letal que el virus ejercería sobre las capas más añosas de la población.

Una posible explicación podría atender a lo alejada que está Galicia de casi cualquier sitio. Los vecinos de este viejo y levemente olvidado reino viven en una esquina de la Península que no pilla de paso para lugar alguno. Al final del Camino de Santiago está el antiguo fin de la tierra -el Finis Terrae así bautizado por los romanos- y a partir de ahí a solo queda el Mar Tenebroso que las gentes del Bajo Medievo creían infestado de monstruos marinos.

Ese aislamiento, tan británico, que en general ha perjudicado a las expectativas de progreso de Galicia, podría ser en esta ocasión un factor favorable que acaso limite la propagación de la epidemia por su territorio. Viene tan poca gente por aquí (y menos aún en invierno) que tal vez eso ayude a reducir las cifras de contagios de un virus que lleva ya tres meses paseándose por todo el planeta.

Algo tendrá que ver también, ya puestos a buscar causas, la enorme dispersión del vecindario gallego, que se distribuye en más de 30.000 núcleos de población y, por tanto, guarda las necesarias distancias para evitar el contagio.

Infelizmente, esto era más cierto hace tres décadas que ahora mismo, cuando la gente se ha concentrado ya en las áreas metropolitanas de la fachada atlántica. De hecho, son 9.000 las aldeas y lugares que cuentan con menos de diez vecinos, lo que resta valor a la estadística histórica antes citada.

Habrá quien recurra a los hábitos de la gente para explicar la inexplicable baja tasa de letalidad que la epidemia registra -hasta ahora- en Galicia. Descartada la posibilidad de que los gallegos tengan un gen protector en su ADN, los más atrevidos apuntan al aguardiente y al licor café como antídotos. Es una hipótesis arriesgada.

Ciertamente, parte de la actual generación de veteranos fue criada en su día con sopas de vino y pan; y en algunos casos con aguardiente quemada para combatir los catarros. De igual modo que Obélix adquirió inmunidad al caer de pequeño en un caldero de poción secreta, los gallegos de mayor edad podrían haberse cargado de anticuerpos gracias al fruto del orujo; pero esto es puro pensamiento mágico que la ciencia no va a convalidar.

No hay, en realidad, explicación alguna a la relativamente escasa mortalidad que el virus arroja en la anciana --, por tanto, vulnerable- Galicia. Será que Miguel Ríos llevaba razón cuando sentenció que los viejos rockeros nunca mueren. Aunque aquí seamos más de gaita.

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