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Escambullado no abisal

Revolución

"¿Es una revuelta?", cuentan que preguntó Luis XVI cuando conoció los hechos de la Bastilla. "No, Sire, es una revolución", le contestó La Rochefoucauld. La cuarentena nos ha interrumpido. Es una cesura de la vida, más fractura que paréntesis. Ignoramos qué mundo nos aguarda cuando volvamos a la calle, que será la misma pero otra. Habrá una revolución, sin duda.

Los expertos, ya sean técnicos o filósofos, no se ponen de acuerdo sobre las consecuencias de esta crisis. Tampoco nosotros. En general, el confinamiento nos enroca en nuestras convicciones. Incluso este confinamiento relativo, teóricamente abierto al mundo a través del cordón umbilical de la WiFi. Habitamos en el interior de una geoda que nos refleja. Y así, la crisis sanitaria igual alimenta a los partidarios de la presión fiscal que a los de la munificencia; igual a los estatalistas que a los neoliberales; igual a las fuerzas centrípetas que a las centrífugas. El Covid-19, entre sus efectos o síntomas, apuntala la ideología de cada uno y la revolución que alienta.

El prejuicio es un mecanismo de supervivencia. Mejor evitar al depredador que comprobar si tiene hambre. El prejuicio también nos tranquiliza, limando las aristas de la realidad. En un estudio, los sujetos interpretaban de forma radicalmente diferente una misma frase sobre la revolución según se atribuyese a Jefferson o a Lenin. Cuesta aceptar que aquel a quien odiamos acertó y viceversa. Le reprochamos la ineptitud a Pedro Sánchez o los recortes al PP, como si fuesen argumentos incompatibles. Ambos nos proporcionan, en todo caso, el chivo expiatorio que necesitábamos: ese macho cabrío al que transferimos todas los pecados, el que nos purifica con su sacrificio sobre el altar. Mejor culpar a un señor madrileño de 48 años o uno de Os Peares de 58, y a todos los que los precedieron, que a nosotros mismos como sociedad, cuyas carencias un virus ha desnudado.

Habrá una revolución cuando las puertas se abran, pero no sabemos cuál. La revolución neolítica, que transformó a unos cazadores-recolectores en agricultores, nos ha conformado. Somos el producto de revoluciones que han cuajado, como la industrial, la sexual o la informática. Existen otras en flor, como la femenina, e incipientes, como la genética o la biotecnológica, que rediseñarán la existencia humana. Se conoce el inicio, apenas el camino y nada puede asegurarse de lo que se oculta tras el horizonte.

La Revolución Americana se centró en la libertad y la Francesa, en la igualdad. La Inglesa quiso recobrar el vigor de las instituciones y la Rusa, construir una sociedad enteramente nueva. La historia de las revoluciones es también y principalmente la de los fracasos y las oportunidades perdidas, preciosas precisamente porque pertenecen a lo que pudo ser:Babeuf, la Europa de los pueblos, Carral, la Comuna, febrero sin octubre... Estallará la revolución cuando se permitan los abrazos, pero durará lo que la primavera. No habrá playa bajo los adoquines y los claveles se marchitarán en la boca de los fusiles. Será muy probablemente la revolución genuina, de Copérnico: el giro recurrente de un astro en torno a su órbita, regular y cíclico, como el hombre en sus miserias.

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