Uno de los daños colaterales que nos ha dejado la epidemia del coronavirus ha sido la necesaria contrariedad que nos confina en nuestros hogares y limita nuestros movimientos. Una contrariedad menor, sin duda, si pensamos en el sufrimiento multiplicado de las decenas de miles de víctimas que tienen que enfrentarse diariamente a la enfermedad y la muerte. En realidad, quedarse en casa no es más que un mínimo sacrificio en favor de la vida.

Cierto que, acostumbrados como estamos a llenar la mayor parte de nuestro tiempo en actividades productivas, encontrarnos ahora ante esa larga pradera de inusual inactividad, puede contrariar el ánimo, crear angustia y, en algunos, hasta un desesperante sentimiento de insatisfacción, de existencia vacía.

Partamos del hecho de que el ser humano es por definición un ser social. Necesita completarse en la mirada de los otros. Pero también que cada hombre o mujer es un depósito de identidad, de memoria, de aficiones complementarias, de universos con los que reencontrarse y que, muchas veces, nuestra hiperactividad nos impide acercarnos a ellos. Pues bien, este es el momento de poner en acción todos esos registros propios que nos protegen de la soledad y la angustia.

Pienso, por ejemplo, en el confinado deportista y sus ejercicios alternativos; en el músico que comparte su soledad desde los balcones; en el maestro que se las arregla para asistir a sus alumnos; en los ingenieros que ponen su inventiva para aliviar la epidemia; en los imaginativos padres que luchan contra el aburrimiento de sus hijos; en el hogar donde se disponen, por fin, a reordenar, reparar lo que hemos ido dejando de hacer... Todos ellos se afanan por llenar de sentido esta necesaria confinación. Es cuestión de poner imaginación y de no dejarse derrotar. Recuperar el ánimo por nosotros y por los seres queridos que nos rodean. La depresión es un mal contagioso, y ahora no podemos permitírnoslo.

Pensemos que, sobre todo, este pequeño sacrificio que se nos impone es una barrera contra la enfermedad y la muerte. Las nuestras y las de nuestros vecinos, las de nuestros familiares. Sin llegar a ser heroico -los héroes son los enfermeros y los médicos, los asistentes del Samur, los policías y militares, los trabajadores que nos aseguran los alimentos y tantos otros que permanecen en la primera línea-, sin llegar a ser heroico, quedarse en casa y limitar los movimientos, mínimas privaciones que asumimos con voluntad disciplinada, nos otorgan la dignidad del que, en momentos de crisis, cumple con su deber ciudadano.