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Luis M. Alonso.

Sol y sombra

Luis M. Alonso

Pesadilla

Sueño con despertar de la pesadilla y cuando lo hago sigue ahí, a los pies de la cama. No es fácil entenderla, mucho menos librarse de ella. Ernesto Sabato decía que Dios existe pero a veces duerme y sus pesadillas son nuestra propia vida.

Si en realidad el coronavirus no surgió espontáneamente por vías naturales y forma parte de una nueva guerra bacteriológica habrá que prepararse porque nos hallamos ante un arma que, además de destructiva, juega con ventaja ya que aún no hemos aprendido a combatirla con eficacia. En parte también, nos creíamos inmunes a demasiados castigos y estamos pagando el doloroso precio del estupor.

Puede que tengamos que empezar a convivir a partir de este momento con la sensación de amenaza o peligro constantes que muchas generaciones afortunadas no hemos llegado a percibir a lo largo de nuestro tránsito fácil por la última mitad del 1900 y este nada esperanzador arranque del siglo XXI. Tendríamos que ser budistas para llevarlo mejor; el budismo, con una consciencia mayor de la fugacidad de la vida y del ciclo eterno de la muerte, demuestra simpatizar con los pueblos sometidos a la amenaza de las catástrofes naturales y que comparten actitudes fatalistas. Ellos aprecian más la breve estancia en la tierra que otros, de lugares más seguros, o supuestamente a salvo, que soportan la certeza de la muerte con la esperanza de la inmortalidad.

En medio de todo ello, un tropel de escépticos e infieles nos asomamos todos los días a las ventanas de nuestro confinamiento con la esperanza de seguir vivos cuando todo pase. Estamos recibiendo una dura lección de fragilidad; pensábamos que nada de esto podría suceder en ninguna circunstancia, ni siquiera advertidos por la distopía en serie que cultiva la ficción y tanto se consume. Y nos damos cuenta de la equivocación. Pronto volveré a soñar con la esperanza vana despertar de la pesadilla. Se está haciendo lacerante y pesada.

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