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Ánxel Vence.

Las raras cuentas del virus prohibido

Saparmyrat Nyýazow, un pintoresco dictador de conducta tan extraña como su nombre, prohibió por ley las enfermedades infecciosas hace cosa de veinte años. El sátrapa ha fallecido ya, pero su legislación parece seguir dando frutos, si se tiene en cuenta que Turkmenistán -el país de Nyýazow- no ha registrado oficialmente todavía un solo caso de contagio por coronavirus.

Mucho es de temer, claro está, que los actuales gobernantes turcomanos estén ocultando esa información, a la vez que recomiendan prevenirse contra el bicho con remedios de herbolario. Son cosas de las satrapías nacidas de la disgregación de la URSS.

No tan creativos como Nyýazow, los contables de la epidemia en curso admiten que sus números podrían no ser exactos e incluso muy inexactos.

Llama la atención, por ejemplo, que los más afectados por sus cifras de contagio en relación con la población sean, curiosamente, los países de menor tamaño. El récord mundial sería San Marino, con 5.158 casos por millón de habitantes, aunque solo tenga 175 registrados. Ocurre que su población apenas supera los 34.500 habitantes, lo que convierte esa pequeña cifra en relativamente descomunal.

Otro tanto sucede con Islandia, las Islas Feroe, Andorra, Liechtenstein o Luxemburgo. Todas ellas exceden notablemente la media mundial de casos con respecto a su población, dato que da que pensar. Quizá su tamaño demográfico liliputiense facilite, como es lógico, la contabilidad general de la epidemia y, por tanto, la mayor exactitud de las cifras.

Aun así, los números tampoco mienten -aunque con toda seguridad se queden cortos- en los casos de Italia y España, a los que pronto se unirán otros países en ascenso como Alemania, Francia, Suiza y, por supuesto, USA, siempre candidata al campeonato en cualquier torneo mundial.

China, que parece haber controlado ya la plaga y lidera de momento la clasificación en números absolutos, arroja en realidad una muy módica cifra de solo 56 casos por millón de vecinos. Nada comparable a los más de 1.000 que ya acumula Italia, a los 951 de Suiza o a los 708 de España, por citar solo tres países destacados en esta indeseable clasificación. Son números del momento en que uno escribe esta crónica, desde luego; dado que las cifras escalan día a día de manera inclemente.

Las cuentas de esta pandemia son difíciles de hacer y mucho menos de cuadrar. Los test de detección escasean; y tampoco la autoridad al mando está para desperdiciar tiempo y recursos en labores contables cuando lo que importa es curar a los contagiados antes de que su crecimiento exponencial haga imposible la atención a todos.

Democrática en cierto modo, la pandemia afecta -como su nombre indica- a casi todos los países del mundo, sin excluir en modo alguno a los ricos y poderosos. Bien al contrario, en el Top Ten de damnificados figuran potencias del calibre de China y Estados Unidos, junto a países de buen grado de desarrollo como Italia, España, Alemania, Francia, Corea del Sur y la Suiza rica en bancos.

Contrastan esos datos con la ausencia oficial de casos en el Turkmenistán donde un presidente algo loco prohibió por ley hace años los virus y las bacterias. Pero ya no estamos para esas bromas cuando el Godzilla del Covid-19 se agiganta por momentos.

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