En los últimos días, Donald Trump se ha visto obligado a comparecer ante los medios de comunicación rodeado de tecnócratas, cediéndoles a estos últimos más presencia mediática, de la cual no le gusta desprenderse, y confiriéndoles credibilidad, una cualidad que él no posee y que sin embargo ahora necesita más que nunca. Pero a estos encuentros con los periodistas no solo se han presentado los expertos de las agencias gubernamentales; también hemos visto a algunos miembros de su Administración, como el secretario de Vivienda, Ben Carson; el secretario de Estado, Mike Pompeo; el secretario del Tesoro, Steven Mnuchin; y, por supuesto, el vicepresidente, Mike Pence, encargado de liderar a todos ellos en la lucha contra el coronavirus.

Esto ha dado como resultado unas ruedas de prensa bastante inquietantes en las que algunas afirmaciones del presidente, confusas y contradictorias, suelen ser corregidas o matizadas por "los que saben", al tiempo que sus leales subordinados en el gobierno alaban la gestión del mandatario en esta crisis con el previsible entusiasmo. En la sala de prensa de la Casa Blanca, Trump, acostumbrado a dirigir el espectáculo sin intrusiones, parece que está siendo arrollado por otro enemigo invisible, la realidad, mientras observa cómo su estrategia populista, muy eficaz en tiempos prepandémicos, es desmontada rápidamente cuando ésta pretende superar el escrutinio de la ciencia.

Resulta que, para hallar las vacunas, realizar las pruebas de la enfermedad e investigar sobre la eficacia de los fármacos, la incorreción política, los presentimientos y la demagogia sirven de poco. Hay o no hay. Funciona o no funciona. Esta pandemia ha eclipsado el protagonismo que ostentaban un buen número de políticos que se veían a sí mismos como indestructibles salvadores de las patrias. Ahora que las patrias requieren salvadores de verdad, a estos genios de las campañas, creadores de movimientos y especialistas en las redes sociales, no les queda más remedio que dejar paso, contra su voluntad, a quienes poseen las herramientas necesarias para solucionar el único problema relevante.

A la luz del éxito que, hace unos años, comenzaron a exhibir ciertos gobernantes con instintos autoritarios, el historiador Christopher R. Browning señaló en un ensayo las ventajas que, en términos de libertad de expresión, proporcionan las llamadas "democracias iliberales" a estos nuevos líderes, ya que "una prensa libre no tiene por qué ser reprimida si es intrascendente y puede ser explotada para obtener beneficios políticos". Pero los medios de comunicación han perdido su utilidad en ese sentido, pues han dejado de ser "el enemigo alrededor del cual movilizar a las bases", entre otras cosas porque, al menos por un tiempo, las bases literalmente no se pueden (ni se podrán) movilizar. Aquí, en este momento, la estrella es un doctor, Anthony Fauci, director del Instituto Nacional de Alergias y Enfermedades Infecciosas, más interesado en hablar de datos contrastados y demostrables que de augurios y promesas.

En nuestra época los hechos han sido cuestionados por los teóricos de la conspiración para fortalecer diversas ideologías extremistas. Ahora, ante el riesgo mortal (y electoral) que conllevaría inventarse pandemias "alternativas", los hechos están recuperando su prestigio. Lo cual no significa en absoluto que, una vez pasada la tragedia, ese prestigio se mantenga. Habrá que hacer memoria y repasar las declaraciones de aquellos que, mientras una parte de la población temía por su vida y la vida de sus seres queridos y el personal sanitario emergía como la auténtica vanguardia del país, permanecieron instalados en la mitología, esperando salvar otra vez lo que queda de esa patria a la cual, durante los meses difíciles, solo pudieron ofrecerle odio, mentiras y desinformación.