Estremece ver la calle vacía a lo largo y a lo ancho y nos parece hueca de contenidos, casi tanto como cuando se nos presenta saturada de personas y coches. Nos ha tocado recluirnos en nosotros mismos por mor de ese virus desconocido, además de cruel, que nació en Oriente y desde allí saltó murallas. La calle se nos ha quedado hueca, ajena a los ruidos pretéritos.

Y el perro ha ganado la relevancia antes intuida. Es el que nos sirve de coartada ingenua o de pretexto pueril para sacarlo a pasear, o que nos pasee, como siempre hizo, aunque nos cueste reconocer la evidencia, con la correa cambiada de mano.

Asomados a la ventana, a distancia de vigilar al prójimo, ya sea porque no se aproxime y nos contagie, ya sea por no infectarlo, a valorar las reticencias de cada quien, reticencias distintas en la nueva era, con eso que llaman pandemia. Término científico o cortina de humo con qué mitigar la calamidad.

Fíjate que el tabaco no era tan malo cuando nos lo han puesto al nivel de las farmacias, aunque no de guardia. Los supermercados, mira por dónde, hacen acopio de papel higiénico, lo que parece sugerir (estadísticas aparte) que entramos en un período extraordinario de consumo de alimentos ajeno a la hambruna.

El silencio es de miedo; el chiste, barato; el respeto, a distancia; la serenidad, aséptica; la situación, tragicómica. No saluda efusivamente, desde la otra acera aquel que siempre nos ignoró. Tan paradójico o tan cuerdo como si los perros llevaran mascarilla y los amos, bozal.

No es tiempo de extender cheques al portador o de dar tres cuartos al pregonero; de que los reality-show ofrezcan monográficos frivolizando sobre el asunto porque la estrella del programa haya pasado por el hospital en lugar de avenirse por sexta vez con su pareja, o de festejar el traje sastre adquirido en el mercadillo por todo un aristócrata.

Es tiempo, lo que dure, de combatir la sorpresa, no exagerada, que nos embarga y de colaborar para que el morbo deje de serlo. De que la noticia sea el mal trago que pasó. Y, entonces, cuando vuelva la Liga, cabrearnos como solíamos por haber recobrado el aliento.