Al parecer hay en el Senado una pequeña pendencia entre su presidenta y un grupo de senadores de Vox acerca de la forma en que han de dirigirse a ella; la primera quiere ser llamada "presidenta"; los segundos, erre que erre, insisten en decirle "señora presidente". La pelotera desembocó al final en esta anécdota reciente. Un senador de aquella formación política inicia su intervención agradeciendo el turno de palabra con un "gracias, señora presidente." Al terminar su alocución, aquella le responde con un "gracias, señora senadora". La respuesta es una reprimenda encubierta y descortés. Es evidente que trata de inducirle o coaccionarle de alguna manera a usar la terminación en femenino: presidenta.

Tras la pugna gramatical hay, sin duda, un pulso acaso un tanto pueril. Ambos se lanzan las palabras cargadas de pólvora ideológica, más por chinchar que por disputas de lenguaje. Lo que pasa es que, en algo que es opcional, la presidenta no puede hacer de su gusto o preferencia norma, ni siquiera por esa vía indirecta de ridiculizar a quien, con igual derecho que ella, usa una de las formas permitidas para el citado sustantivo.

Partiendo de la premisa de que el lenguaje es espontánea creación del pueblo hablante, y no producto de imposiciones ni decretos, nada tengo contra un ejercicio de la militancia lingüística cuando sea razonable. Es justo cultivar la visibilidad de la mujer en el lenguaje, pero ello no debe ser a costa de coartar opciones y derechos lingüísticos del interlocutor, ni de una inmisericorde deformación del lenguaje con el estropicio aberrante de determinadas reglas que, en realidad, son ajenas a toda idea de postergación de lo femenino. La intransigencia de cierta gramática combativa desemboca a veces en ocurrencias grotescas; recuérdense despropósitos tales como "miembra" o "portavoza". Un irracional empeño por este camino, guiado no pocas veces por la ignorancia, prenderá en papanatas que se ahorman a fatuos corifeos; yo no me someto al imperio de la grey, a la que no presto culto alguno, ni siquiera bajo el necio abrigo de lo que llaman "políticamente correcto", servidumbre cobarde donde las haya.

Acudamos a quienes tienen autoridad legítima en la materia. El verbo latino "sedere", que significa "estar sentado", es el patriarca de una simpática familia de palabras. De ella forman parte, entre otros, sustantivos como sedentario, residente, disidente (el que se sienta aparte) y presidente. Según Corominas, presidir viene del latín "praesidere", que significa "estar sentado al frente". Pre-sidente es, por lo tanto, el que se sienta al frente de un órgano colegiado o agrupación. En inglés el presidente es el "chairman", el hombre (man) de la silla (chair); es decir, el que ocupa asiento propio.

Pues bien, explica la RAE que el sufijo "-nte" forma adjetivos verbales a los que llama participios activos que expresan al que ejecuta la acción: veraneante, absorbente, dirigente, dependiente. Algunos se han lexicalizado como sustantivos, y en determinados casos admiten terminación en femenino. Pero no siempre. Por ejemplo, no hay modalidad femenina en palabras como cantante, estudiante, hablante, enseñante, delincuente, denunciante, y muchas otras; son nombres comunes en cuanto al género. Sin embargo, en algunos sustantivos que se refieren a profesiones o cargos se ha ido admitiendo la terminación en femenino "enta". Por ejemplo: dependiente/dependienta, cliente/clienta, presidente/presidenta. Ocurre que en el caso de "presidente" (hay otros) la RAE admite esta forma como sustantivo común, para los dos géneros, "la presidente" o "la señora presidente", y también la modalidad en "enta", esto es, "la presidenta" para referirse a la mujer que preside un órgano. Por consiguiente, la mujer que preside una cámara legislativa, puede ser designada de las dos formas "señora presidente" y "señora presidenta". Lo admite el DRAE y también el "Libro de Estilo de la Justicia" elaborado por la RAE y el Consejo General del Poder Judicial.

Según el "Diccionario panhispánico de dudas", la modalidad en femenino es ya de uso mayoritario por lo que aconseja esta opción -que, de hecho, es la mía- cuando quien preside es una mujer. No obstante esta recomendación, puede decirse que, hoy por hoy, son válidas las dos formas. Quiere ello decir que la presidenta del Senado puede mostrar su preferencia por la terminación en femenino, pero al mismo tiempo, el senador de Vox puede dirigirse a ella como "señora presidente", sin que de ese modo falte ni a las reglas de la gramática ni a las de la cortesía parlamentaria.

Algo parecido sucede con los términos "juez" y "jueza". Ambos vienen hoy admitidos por la Academia, sin perjuicio de que, para algunos, sea preferible el primero en los textos oficiales y el segundo, en un contexto de lenguaje hablado, más coloquial. Pero las dos formas son aceptables. No concibo que una juez, en el curso de una vista, se haga llamar por los abogados "señora jueza", como tampoco aprobaría que aquella, a un abogado varón que, en un uso correcto del lenguaje, se dirigiese a ella como "señora juez", le respondiese con un "dígame, señora letrada".

Comoquiera que el senador hace uso de una opción que, aunque minoritaria, no está proscrita por la Academia, debiera la presidenta contenerse y evitar reacciones precipitadas como la que tuvo, no sea que aquel levante la "vox" y la llame "impertinenta".