Antes de que Trump anunciara la suspensión de los vuelos desde Europa y declarase la emergencia nacional, uno intuía que la pandemia llegaría aquí, al barrio de Washington DC donde resido, alterando inevitablemente nuestras vidas cotidianas. Dicha percepción no se basaba en ese presentimiento que en ocasiones surge al mezclarse la paranoia con el pánico colectivo, haciendo que nos sintamos tan hipnotizados por el desastre que cualquier desenlace sin éste supone un embarazoso desengaño. Sino en los hechos acontecidos y los datos publicados, tanto sobre el coronavirus y sus particularidades como sobre la gestión de la crisis realizada en aquellos países donde se había producido el mayor número de contagios. Además, habíamos visto aparecer casos en unas calles cercanas; algunas instituciones académicas cancelaron las clases presenciales; se pospusieron eventos, conferencias y conciertos. La alcaldesa Muriel Bowser se adelantó al gobierno federal oficializando la emergencia local. Y comenzaron a difundirse las conocidas recomendaciones. Evitad las multitudes. Lavaos las manos. No os toquéis la cara. Mantened una distancia mínima con los demás (social distancing). Si podéis, permaneced en vuestras casas.

En unos pocos días, nuestro mundo se transformó; pasamos de la libre y relajada circulación al encerramiento voluntario. Cuando empezábamos a pensar que salir a la calle constituía, en sí misma, una acción arriesgada, caímos en la cuenta de que hace tan solo unas horas habíamos entrado en cafés, bares y librerías, saludando a amigos y conocidos con absoluta normalidad, sin mantenernos lo suficientemente alejados del prójimo y sin habernos convertido todavía en unos exigentes valedores de la higiene. Es decir, que habíamos vivido como si el virus no estuviera entre nosotros y éste hubiera entrado tan solo unas horas después de que comenzara a ser tratado como una seria amenaza nacional.

En Fox News, sus presentadores más influyentes, líderes indiscutibles de la televisión por cable (a una distancia considerable de sus competidores) les decían a sus televidentes, gran parte de ellos miembros potenciales del llamado "grupo de riesgo", que los demócratas y los medios de comunicación estaban exagerando la gravedad del coronavirus para hacer daño al presidente (Trish Regan, de Fox Business, dijo que se trataba de "otro impeachment"), mientras Rush Limbaugh (Medalla Presidencial de la Libertad por "lo que ha hecho por la nación" y por la cantidad de gente que "inspira" ) advertía a sus más de veinte millones de oyentes en la radio que esa enfermedad de la que tanto hablaban los periodistas del establishment no era más que un "resfriado común", confirmando lo que había sugerido Trump, cuando llegó incluso a decir que el coronavirus "desparecería como un milagro".

No sabemos cómo saldremos de esta crisis. Aunque sí estamos recibiendo algunas lecciones de sus efectos inmediatos, como, por ejemplo, que el derecho a ser irresponsable se puede convertir en un peligro para la salud pública y que con el mal periodismo, además de manipular, se puede causar la muerte. Que llega un momento en que la mentira, para sorpresa del falsario profesional, deja de ser útil políticamente. Y que la ideología y el sectarismo no te pueden salvar de la realidad. También contemplamos una serie de paradojas que, quizás, comprenderemos mejor cuando transcurran unos años. La globalización que nos aísla y el aislamiento que genera un sentimiento de comunidad. La épica de los pueblos y la urgente necesidad de que exista eficiencia administrativa. La supervivencia que solo se puede conseguir a través de la solidaridad La soledad que saca a relucir un sentido de pertenencia. Y la vulnerabilidad humana, tan arbitraria, que no entiende de clases, razas y partidos. Cuando se produjeron los atentados del 11 de septiembre de 2001, la Administración Bush declaró la llamada "guerra contra el terror". Entonces se discutió lo difícil que resultaba combatir un "enemigo invisible", señalándose que los aviones estrellados contra las Torres Gemelas fueron pilotados por personas. Ahora también se comienza a hablar de una guerra. Y el enemigo, esta vez sí, es invisible. Pero pronto comenzará a adquirir una forma específica, ya sea un rostro humano o un sistema de gobierno, una nación o una organización supranacional. Dependerá de cómo se reaccione ante la pandemia de un virus que el presidente de los Estados Unidos (dándonos una pista) ya calificó como "extranjero".