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tribuna del lector

Periódicos

Es satisfacción al uso que todos cuantos se acercan a nuestra tierra, con un aparte del propósito que los anime, ven siempre colmadas las expectativas que hasta aquí les hayan traído. Fueren las costas, montañas, riberas, playas, arquitectura o gastronomía. Pero también sus gentes. Y no fue mi querida amiga excepción a la norma. En sus primeros tiempos entre nosotros se sentía cautivada por la enorme ansia de saber de todo gallego, sin reparar en edad o condición. El embrujo que ejercían los periódicos sobre cada asiduo del café matinal, que le hacía zambullirse con brío y decisión sobre las páginas de la gaceta que estuviese vacante, le tenía asombrada. ¡Y pensar que nosotros en Córdoba solo vamos a un bar para poder hablar! Nos gusta tanto el pincho como la caña o el rebujito, además del rabo de toro, pero lo que de verdad nos apasiona es el palique. Aunque nada tengamos que decirnos. Entrar en cualquier chiringuito es abrirnos a toda suerte de emociones. Hasta excita el ingenio: no hay chanza que no toquemos ni debate que se nos resista. Si tuviésemos que elegir entre la palabra y la Mezquita nuestra ciudad tendría un problema. Aquí no. ¡Cómo os gusta saber, informaros, escrutar la actualidad, conocer qué se cuece ahí afuera! ¡Los gallegos sois envidiables!

He de reconocer que por mor de un cicatero orgullo fui incapaz de descubrirle que también en ocasiones en un periódico encontramos nuestro refugio, un remanso de calma, un espacio de meditación. En definitiva, la coartada precisa para no llevar la palabra más allá del saludo. No digo que sea un comportamiento admirable del que debamos sentirnos especialmente orgullosos; no es bueno ni malo, correcto o incorrecto. Como con las meigas, estas cosas las hay y sus consecuencias habremos de afrontarlas con resignación cristiana, y tal vez con propósito de enmienda. Que nunca viene mal. Sobre todo, cuando la pugna entre amistad y noticia la decantamos por la segunda, sin apreciar que una vida sin relación confina el espíritu y le lleva a desaparecer. Y con él, a nosotros mismos.

Sin embargo, es cierto también que corren tiempos en los que enfrentarse a un periódico o un noticiario y mantener erguido el ánimo exige más arrojo que nadar el Amazonas. Un coronavirus, ya de cuerpo presente, que viene para quedarse, y que con su guadaña ha puesto a esa gran China, con mil trescientos millones de personas y una silente invasora, de rodillas ante el mundo. No aparto la convicción de que un orden sobrenatural pretenda advertirle, y advertirnos a todos, que la capacidad y la ingeniería humana sin ética, estética ni alma nos conduce al precipicio. Porque de la amalgama de un comunismo institucional, férreo e inclemente como todos, y de un capitalismo sin más conciencia que el rédito, poco cabe esperar.

Tenemos además la secular matraca procesional catalana y su nuevo orden, que corrobora una vez más como no sólo el Ebro riega su territorio. Siempre bajo el denominador común de la desigualdad. En lo económico, con el incesante flujo de pastizal salido del grifo que en MadriZ mantienen continuamente abierto los sucesivos gobiernos para solaz de unos y amparo de otros. Desigualdad también en algo tan esencial como lo es el cumplimiento de las penas. ¿Por qué trece años de prisión han de resultar más plácidos para unos que cinco para otros, cuando por hechos similares la República condenó a Companys a una pena de treinta años de reclusión? Sin duda, el resto de internos de Monterroso, Pereiro de Aguiar o Lledoners merecen una convincente explicación.

Por lo demás, también nos muestra la noticia como esa inevitable feria de vanidades que todo proceso electoral representa continúa su alegre peregrinar por nuestras calles, plazas y recintos. Adanes, narcisos, influencers y gentes de más asentado poso y tronío ofrecen sus mejores capacidades al servicio de la causa. Sepamos discernir, sufridos lectores, entre mena y ganga, solidez y vacuidad, talento y disparate, más allá de siglas o amistades. Lo que está en riesgo es el futuro de Galicia, no el de los sonrientes oferentes.

Convendremos por tanto que ese resuelto ímpetu galaico de refugiarnos en la noticia no sería posible si adoleciésemos del indomable valor y la necesaria entereza para afrontar sus consecuencias.

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