Haya caído del lado que haya caído la moneda en el Supermartes -California aún votaba durante nuestra madrugada- una cuestión se dibuja nítida. La de ayer fue la primera jornada de una larga batalla que, hasta junio, se librará en paralelo con el rosario de primarias que aún quedan por disputar y que, no conviene olvidarlo, asignarán dos tercios de los delegados que en la convención de julio elegirán al candidato demócrata.
La batalla paralela, que ya se conoció con toda intensidad en 2016, es la del aparato demócrata contra las jóvenes bases radicales, y ahora, como entonces, se llama "todos contra Sanders". La cúpula sostiene, resaltando unos precedentes y silenciando otros, que solo un centrista puede desalojar a Trump de la Casa Blanca, y las cuatro primarias previas al Supermartes han resuelto que ese hombre es el exvicepresidente Biden. De ahí los abandonos "solidarios" de los centristas Buttigieg y Klobuchar. De ahí también que los jerarcas hayan cruzado ayer los dedos para que Bloomberg pinchase y evitarse así una guerra sin cuartel contra el magnate, repetición de la que Trump libró en 2016 contra el aparato republicano.
Lo malo para los dirigentes demócrata es que, aunque pinche Bloomberg, si Sanders sigue galopando no contarán ya con los superdelegados, el instrumento mágico que en 2016 les permitía asumir tranquilos la dura resistencia que el socialista oponía a Clinton.
Los superdelegados son 775 miembros del aparato que se sumarán en la convención de julio a los 3.979 delegados elegidos por las bases. Sin embargo, tras una reforma nacida de la voluntad de evitar que se repitiera el caso de 2016, bastará con que un candidato obtenga 1.886 delegados (la mayoría absoluta serán 1.990) para que los superdelegados no puedan intervenir en la primera votación. De modo que, salvo caída de Sanders, la batalla paralela lleva camino de convertirse en la principal.
