La Organización Mundial de la Salud ha advertido a los ciudadanos del mundo entero que se preparen para la pandemia del último patógeno convertido en amenaza, el coronavirus. Pero ya estábamos más que preparados para algo así en aquello que resulta más relevante y tiene, por cierto, poco que ver con los aspectos sanitarios. Es verdad que el coronavirus tiene rasgos inquietantes como el hecho de un fácil contagio incluso en el periodo largo -entre 14 y 24 días- durante el que los portadores no tienen síntoma alguno de la enfermedad y son, por tanto, imposibles de detectar. Por añadidura, se puede transmitir el virus por aquellos que no llegan a enfermar, cosa que impide detener la propagación. Del primer disparate de Trump diciendo que el coronavirus iba a desaparecer él solito con la llegada de la primavera hemos pasado a la declaración oficial del Instituto Nacional de Salud estadounidense advirtiendo que es segura su extensión por el país y solo cabe dudar de cuál será su alcance.

Pues bien, también se saben tales detalles. El coronavirus se convertirá de forma inevitable en pandemia igual que ha sucedido con innumerables gripes antes. Con la diferencia de que, hoy por hoy, su letalidad es muy inferior a la de la gripe común y, habiendo vacuna para esta, hay infinidad de personas que no se la ponen. Los muertos causados por el coronavirus son en casi todos los casos pacientes con otras patologías previas muy serias y, a menudo, de edad avanzada, con lo que resulta difícil decir con certeza cuál es la causa del fallecimiento. De manera abrumadora, quienes se infectan del coronavirus sufren una enfermedad bastante benigna.

Pero la pandemia del terror, que esa más relevante a la que me refería al principio, ya ha llegado y para quedarse. El pánico se extiende de la mano del temor hacia el apestado, que al principio era, por definición, todo chino pero con rapidez se ha extendido a cualquier otro portador potencial, ya sin rasgos distintivos como son los ojos rasgados. Y no hace falta que nos preparemos para esa histeria porque forma parte de nuestra naturaleza. Se manifiesta cada vez que aparece un riesgo de contagio, sea el que sea, y lleva casi de manera inmediata a consecuencias mucho más letales que las de la propia enfermedad. Las bolsas se desploman, los mercados se paralizan y no digamos ya nada del turismo. Es como volver de golpe a la Edad Media con su cólera morbo. Exterminó a medio mundo y convirtió el resto en una pesadilla.

Pues bien, ese mal sueño, esa carrera hacia el disparate, ya ha llegado. Si el virus corre más que las autoridades sanitarias, el terror generalizado se vuelve instantáneo en el mundo global. Ya venden mascarillas inútiles a mil euros en internet. Ve con ojo y, cuando te la lleven a casa, no le des la mano al mensajero.