Faro de Vigo

Faro de Vigo

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Joaquín Sabina ha salido del hospital. Siempre es buena noticia que Sabina salga del hospital. Yo brindo cada vez que lo hace. No siempre me entero cuando ingresa. La última vez que lo hizo se enteró todo el mundo, dado que el tropezón fatal, maldito tropezón, ocurrió en directo, sobre un escenario, un paso para adelante, una oscuridad y zas, al suelo traidor, que siempre está más lejos de lo que ha de estar.

Con Sabina nos pasa como con esos amigos que uno tiene que siempre andan delicados, achacosos o que directamente ha ido pasando el tiempo y se han hecho muy jóvenes, o sea, son inconscientes, frágiles y volubles. Y se caen a menudo o enferman o contraen males inopinados. Lo tienen a uno en vilo estos amigos a los que con frecuencia hay que ir a visitar al hospital. Llevándoles un libro, unas flores, adjetivos, resultados de fútbol, algunos bombones. El colmo de la infelicidad debe de ser estar en un hospital y que te prohíban comer bombones. Claro que también te pueden prohibir los amigos y entonces estás jodido. Y sin bombones.

También ocurre que te ingresan a un amigo en el hospital y el amigo es tan miradito y tan cumplido, tan tímido y poco dado al protagonismo que ni te avisa. Y ahí estás tú tan ancho, cenando un tomate picao, en casa, viendo una película y tu amigo poco menos que agonizando o con la cabeza abierta. Una vez me llamó un buen amigo diciendo que se estaba muriendo, pero yo oí un ruido raro y a mí el ruido que hace un bar cuando está en pleno apogeo no se me escapa fácilmente. Así que le expresé alguna reserva o duda respecto a lo que me estaba diciendo y entonces, pese a que tapó el auricular (cosa antiquísima que ya nada más que se hace en las películas americanas de los ochenta) oí cómo pedía una botella de Emilio Moro, oiga, un Emilio Moro, hombre, que llevo una hora esperando. Yo le dije que un Beronia tampoco era mala opción, pero no me demoré mucho en la recomendación vinícola y fui más directo a la reconvención de su actitud, sin duda poco amistosa y bastante insincera para conmigo. Así son a veces también algunos amigos, sí.

El caso es que Joaquín Sabina está bien, aunque ya le vi el cigarrito en el coche cuando salía del centro sanitario. Espero que se esté fumando la tarde con salud. Fumándose la vida, aunque aún le quedan algunos conciertos y sustos por darnos. Una lata esta gente que en vilo te tiene. Y sin embargo, cuídense.

Compartir el artículo

stats