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José Manuel Ponte

Inventario de perplejidades

José Manuel Ponte

Disfrazarse todo el año

La gente gusta de disfrazarse y aparentar lo que no es. Aunque sea fugazmente. El fenómeno, con diversas variantes, se manifiesta en todas las épocas y en todas las culturas y, dándolo por sabido, no conviene extenderse demasiado en explicarlo. Pero lo más novedoso de la festividad que hemos dado en llamar Carnaval es que habiendo superado los días reservados en el calendario a su celebración (normalmente de un jueves a un miércoles que en el ámbito cristiano se llama de ceniza) el gusto por disfrazarse se haya extendido al resto del año. En unos lugares, so pretexto de recrear los combates entre moros y cristianos; en otros, para conmemorar las invasiones de los vikingos, la llegada a las costas americanas de Cristóbal Colón, la resistencia de los guerrilleros españoles contra las tropas napoleónicas, la toma de la Bastilla por los revolucionarios franceses, el desembarco de Normandía por un ejército aliado y cualquier otro acontecimiento que dé pie a vestirse como en el tiempo histórico que se quiere evocar. En Corme, que es el pueblo donde nació mi padre, les ha dado por celebrar el fin de año en septiembre y otro Carnaval (el Carnaval de verano) a últimos de agosto. El caso es divertirse y pasarlo bien. Durante la larga dictadura del general Franco, los Carnavales a cara tapada estuvieron prohibidos so pretexto de que elementos subversivos, siempre al acecho, pudieran aprovechar la coyuntura para enturbiar el pacífico desarrollo de la vida española.

La prohibición de los Carnavales en la España franquista data del 3 de febrero de 1937 en plena Guerra Civil y fue reiterada por Serrano Suñer (el cuñadísimo) por una nueva Orden del 12 de enero de 1940 ya al final de la contienda. Y duró en régimen de tolerancia hasta finales de la década de los 70. Todavía el 5 de febrero de 1978 (el año en que se aprueba la Constitución) es posible encontrar en el diario El País este titular: "La fiesta de Carnaval recupera lentamente sus raíces populares". ¡Y tanto! Los que conocimos aquellos Carnavales pobretones de los años 50, 60 y 70 sabemos que la tolerancia de la dictadura fue muy estrecha. Se permitían bailes de disfraces en Sociedades recreativas y Casinos previa identificación del personal que concurría a ellos que, como puede fácilmente suponerse, era toda gente de orden.

En la calle en cambio solo se autorizaban escuetos disfraces caseros y todo lo más se permitía desfigurar levemente el rostro con unos bigotes, unas barbas postizas y una peluca parecida a la que usó Santiago Carrillo para hacerse notar y que lo detuviera con más facilidad la policía de Martín Villa, un personaje del franquismo con el que luego acabó haciendo tertulia en una conocida cadena de radio. Galicia, quizás por su peculiar indiosincrasia o por ser la patria chica del que manejaba con mano de hierro la patria grande, fue una de las regiones donde el Carnaval gozó de más amplia manga ancha.

En ese sentido, fueron más famosos y concurridos los de Xinzo, Verín y Laza y los de Pontevedra y Noia. Luego ya se sumaron otros. Hasta hoy.

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