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Los aburridos museos del silencio

Días pasados visité un reconocido museo en Madrid acompañado de un personaje del mundo del arte. Me comentaba este buen conocedor de la museística europea, que se quedaron atrás los tiempos en que los museos eran considerados cementerios de objetos amontonados bajo etiquetas cronológicas sin rigor didáctico. Hoy nadie entra en aquellos museos-mausoleo en donde se guardaban cosas viejas como un cajón de sastre o lo que era peor un cajón desastre, conceptos válidos por su parecido fónico. Y claro, cuando ese modelo museístico estático está a la deriva, decía mi docto amigo, la gente no acude a examinar vestigios o ruinas para observar y comprender nuestro pasado e identidad. Un museo de contemplación y silencio, concebido en tiempos de inmovilismo, no puede mantener sus puertas abiertas si no se adecúa rápidamente a la sociedad cambiante y se transforma en una galería dinámica e investigadora; con espacios de aprendizaje activos, presentando los contenidos como algo entretenido y educativo al mismo tiempo.

En el largo caminar por las salas de aquel pequeño museo madrileño la conversación de mi amigo me recordó los museos de nuestra ciudad viguesa. Ante mis dudas de cómo dinamizar los aburridos museos del silencio, mi cultivado asesor me aclaró que ya no basta con exponer y exhibir pasivamente los objetos o documentos en una vitrina, pues la función y atracción del museo ya no es para llegar, mirar y marcharse. El cometido de un museo o pinacoteca no se reduce a la conservación de objetos o cuadros, los buenos museos son libros en los que aprendemos a leer, activos centros de investigación que constantemente generan nuevo conocimiento acerca de la especialidad de su contenido.

El patrimonio municipal vigués contiene material de gran valor que permite elaborar un plan estratégico responsable para proyectar un buen Museo de la Historia de Vigo presencial e interactivo. La mayor parte de dicho patrimonio se encuentra en el Pazo-Museo Quiñones de León que ya cumplió su papel inmueble desde la guerra civil, y el resto está disperso en conocidos rincones y museos a donde las autoridades del viejo régimen cedieron o negociaron una buena parte de la heredad arqueológica o medieval del acervo histórico y cultural vigués.

Abrumado por el enorme peso de la lección museística llegué a la conclusión de que alguno de nuestros museos tiene que reinventarse a sí mismo. La forma de mirar el pasado y presente como sociedad ha cambiado, y si el modelo de museo que conocemos está en crisis es por el muro que se levantó entre la obra expuesta y el público. Ahora es necesario un nuevo concepto museológico que contemple un plan estratégico viable que, además de renovar la imagen institucional, promueva un programa para un mayor impulso de concurrencia, estimulando modelos innovadores que respondan a los nuevos intereses de la sociedad, como sus relaciones con los centros de enseñanza para crear espacios de aprendizaje en la enseñanza reglada.

Me refiero a los museos públicos, naturalmente, que son los que ponen su interés en mostrar la cultura como herramienta educativa, manteniéndola viva en la dirección que reclama la sociedad; mientras el museo privado fija sus esperanzas en el éxito de taquilla olvidándose en su mayoría de sus funciones educativas e investigación.

*Miembro del Instituto de Estudios Vigueses

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