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Javier Sánchez de Dios.

Crónica Política

Javier Sánchez de Dios

El cainismo

Resulta probable que la despedida - ex abundantia cordis, parece- de la política que acaba de protagonizar don Luís Villares haya sido recibida con algo más que desagrado por quienes le han acompañado en su breve, pero intensa trayectoria. E incluso es posible que los discrepantes lo califiquen de "exabrupto" tardío y le reprochen que nada o muy poco dijese antes, de modo que ahora aparente apenas un iracundo lamento por el fracaso de su proyecto que, en resumen, constituyó un intento de unificar al menos a parte de quienes aquí aceptaron desde la izquierda un concepto, el de rupturistas, más concreto de lo que parece.

Sea cual fuere la interpretación que se le quiera dar, lo que acaba de hacer el aún portavoz de En Marea es -desde el punto de vista de quien escribe- una radiografía de la política con minúscula que se practica en estos Reinos. Y que revela algunos de los males que padece la actividad, desde la envidia hasta la deslealtad pasando por la ambición desmedida y seguramente la escasa o nula atención que le prestan -de verdad- al país quienes afirman ser sus representantes. Y más allá de la identificación personalizada que hizo su señoría, es aplicable a muchos actores.

(También esto último es opinión personal, pero no responde a teorías, sino a la observación de los precedentes y la práctica actual de aquel oficio. Y su generalización, que por supuesto admite excepciones pero no tantas como algunos pueden creer, se establece para que nadie cometa el error de suponer que los defectos citados, y otros aún más graves que están demostrados en la memoria reciente, son cosa de una minoría, unas siglas o el lugar ideológico que se ocupa. Por desgracia es bastante más).

Ese panorama confirma de algún modo que el episodio del señor Villares no es tanto un fracaso personal, que también, cuanto de proyecto. Seguramente porque su inexperiencia en ese tipo de escenarios no le permitió detectar a tiempo los pecados capitales que van de suyo con la actividad. E incluso, aun viéndolos, la ambición legítima y una cierta confianza excesiva en su propia capacidad le hicieron creer que podría superarlos. Por eso, el final del trayecto debería servir de advertencia para quienes, tras él, pidieran intentar algo parecido sin la precaución debida.

Procede quizá otra reflexión: lo sucedido con En Marea no es nuevo en Galicia. Ocurrió antes, aunque con algunas diferencias, en Coalición Galega, más recientemente en el BNG e incluso en Podemos. El cainismo hace estragos todavía en la entraña de la política y no solo en la izquierda citada: también la derecha padeció episodios relevantes, aunque su fortaleza electoral le ha permitido superarlos con mayor facilidad. Pero esa marca de Caín es otro de los factores que mantienen a este antiguo Reino en la dependencia de otros y en puestos de cola del tren que conduce al progreso. Lo peor, en todo caso, es que los viajeros se niegan a reconocerlo y, por tanto, no hay receta para curar el mal.

¿Eh...?

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