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José Manuel Ponte

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José Manuel Ponte

La ayuda del invierno ruso

En un reciente artículo el escritor y académico de la RAE Félix de Azúa hace un elogio de las clases populares del pueblo británico y pone en contraposición sus valores y su patriotismo (el "patriotismo de los pobres" le llama) con los de la clase dirigente que él califica como clasista, chovinista, vanidosa, racista y analfabeta. Y nos recuerda que buena parte del sector financiero y una mayoría de la nobleza, entre otros los Windsor, simpatizaron con Hitler hasta el inicio de la Segunda Guerra Mundial.

Una línea de conducta que ha vuelto a ponerse de manifiesto con el Brexit, a su juicio la "estafa más artera" desde el final de la contienda y cuyo objetivo último es convertir la isla en una finca para superricos, un centro de blanqueo de dineros oscuros y muy probablemente en un país al borde de la delincuencia internacional. Palabras duras, aunque se puede coincidir con ellas. No así con el párrafo inicial del artículo en el que da su particular versión sobre los factores que condujeron a la derrota de Hitler y que no cabe atribuir solo al talento militar de Gran Bretaña sino al colosal esfuerzo industrial americano, junto con el arrojo de los soldados anglosajones (se entiende que ingleses, escoceses, canadienses, australianos, neozelandeses y, por supuesto, norteamericanos). Y concluye Félix de Azúa que eso es lo que permitió vencer al "disciplinado, sacrificado, tonto, pero admirable ejército alemán, contando con la inestimable ayuda del invierno ruso y sus millones de cadáveres". Así, literal.

Una columna en lugar preferente de un importante periódico y firmada por un ilustre académico como Félix de Azúa no es desde luego un tratado de Historia, ni cabe exigirle rigurosísimas precisiones, ya que su principal objetivo debería de ser la diversión, el entretenimiento, y el estímulo intelectual. Y todo ello, servido por un cierto gracejo literario. Ahora bien, reducir el papel de la entonces Rusia soviética en la Segunda Guerra Mundial a "la inestimable ayuda del invierno ruso y sus millones de cadáveres" parece una simplificación un tanto frívola.

Cualquier persona medianamente informada, y el señor Félix de Azúa sobrepasa ampliamente tal catalogación, sabe que en la lucha contra el nazismo la participación del Ejército rojo fue decisiva para alcanzar la victoria. Entre 27 y 37 millones de rusos murieron como consecuencia de los combates. Y no lo fueron por el frío del invierno, como se podría deducir del texto de Azúa, sino por la acción de las armas. El frío invernal (el "general invierno" como se le llamó desde la fracasada invasión napoleónica) fue un aliado estratégico del ejército ruso junto con el extensísimo territorio de retaguardia. La victoria soviética sobre las tropas alemanas se cimentó preferentemente en las batallas de Leningrado, Moscú, Stalingrado y Kursk hasta el embate final con la toma de Berlín. Y en gran parte también por la acertada dirección estratégica del mariscal Zhúkov que había empezado su carrera militar como simple soldado. Pero el factor decisivo, como nos enseña el historiador norteamericano Richard Overy en su libro 'Por qué ganaron los aliados', fue la moral de combate de todo un pueblo. "Ninguna otra sociedad se movilizó tanto ni compartió tantos sacrificios durante la Segunda Guerra Mundial".

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