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Ceferino de Blas.

Aceptado prohibir

Si nada se tuerce, en la próxima temporada el estadio de Balaídos será un espacio limpio de humos de tabaco, y también las playas de Samil y O Vao.

Será un avance considerable en materia de salud personal y bienestar colectivo, ya que beneficiará a los miles de personas que acuden a esos ámbitos, y también al medio ambiente.

Hace unos años, no muchos, si se planteara una perspectiva parecida, no se creería. Lo normal era fumar.

El hecho de prohibir o limitar el uso del tabaco en los lugares públicos era cuestionado. Corrían tiempos más permisivos que ahora y los ultraliberales llegaron a clamar: antes morir que ceder unos milímetros de nuestra libertad.

Recuérdense algunos hábitos del pasado. Por ejemplo, cuando se viajaba en avión. La norma era no fumar en el momento de despegar, pero en cuanto el avión tomaba un poco de altura, las luces indicaban que los pasajeros podían hacerlo. Y se encendían decenas de cigarrillos de inmediato. Nadie preguntaba al compañero de asiento si le daba permiso. Simplemente se empezaba a fumar, molestara o no al vecino.

O la imagen clásica de los partidos de fútbol, cuyo mejor anuncio era un tipo bien vestido con un respetable habano en la boca. El puro caracterizaba una excelente tarde de fútbol. O de toros. Es inolvidable la imagen oronda de Orson Welles, sentado en la plaza de toros de Pamplona, fumando un imponente veguero, mientras veía torear a su amigo Antonio Ordóñez.

Cuando comenzó la campaña antitabaco, porque las administraciones se tomaron en serio los destrozos que causaba fumar a la salud de la ciudadanía, se especuló que iba a ocurrir algo parecido a la ley seca, que nadie la iba a respetar. Pero se produjo el milagro, y millones de españoles abandonaron el cigarrillo.

La implantación fue progresiva, y un tanto humillante. Se segregó a los "viciosos" -fumar siempre se consideró un vicio, no se sabe porqué extraña asunción de culpabilidad- , confinándolos a un lugar apartado del común.

Los bares se alargaron hacia el exterior para ubicar a los fumadores. Y aparecieron las estufas en las terrazas.

En los lugares amplios -aeropuertos, trenes, cruceros- se ubicaron unos espacios, por lo general reducidos, para confinarlos. Aún existen.

Había que respetar la libertad. Hay defensores del derecho de la libertad individual que cultivan un solo mandamiento: prohibido prohibir. Nada se les puede reprochar.

Desde que la gente llega al uso de razón, en democracia, es muy dueña de tomar las decisiones que quiera, aunque no sea lo más recomendable, más aún, aunque sea dañino.

Ese respeto a la libertad individual ha logrado que desapareciera el verbo prohibir, que antaño lucía por todas partes. Como la convivencia exige limitaciones, en su lugar han surgido los eufemismos o los vocablos que explican la gravedad de lo que está vetado sin utilizar el verbo maldito.

Pero la salud de los ciudadanos, como el medio ambiente, merecen protección. De ahí que en los lugares públicos en los que se concentran multitudes, como son Balaídos o Samil y O Vao, en los meses de verano, los derechos individuales de los no fumadores son tan sacrosantos como los de quienes fuman. Por eso es bienvenido que se prohiba el tabaco. En este caso el verbo aceptar prevalece sobre prohibir.

Aunque como ocurre en otras situaciones haya que hacerlo progresivamente, habilitando unos espacios para fumadores, con el fin de que puedan ejercer su derecho a la libertad individual.

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