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Juan Gaitán

Campo

Los agricultores se han levantado pidiendo precios justos

Debía andar yo por los once años. Durante unos ejercicios espirituales, uno de los jesuitas que trataron de educarme se esforzaba, infructuosamente, en hacerme comprender el concepto de pecado. Después de mucho rato, el hombre, a punto de perder la paciencia, probó con esta fórmula: "A ver, niño, si lo entiendes así: ¿qué es lo peor que has hecho en tu vida?". Y yo, muy serio, muy seguro, le respondí: "Rebuscar garbanzos, padre". A día de hoy, más de cuarenta años después, sigue siendo lo peor que he hecho en mi vida.

A finales de agosto, tras haber pasado las cosechadoras por el garbanzal, quedaban en el suelo, desperdigados, muchos garbanzos. El dueño de la finca permitía entonces que entrase la gente a recogerlos. Empezabas a andar por aquellas tierras con un cubo o un saquito en la mano y te ibas agachando cada vez que veías uno. Caminabas encorvado porque su color hacía que se confundieran con la tierra y no era fácil descubrirlos. Empezabas cuando la luz permitía ver lo que hacías y terminabas cuando la luz ya no te dejaba distinguirlos. Apenas una parada en lo más cruel del mediodía para comer y algún trago de agua de vez en cuando. Volvías a casa con varios kilos de semillas pero con la espalda partida y las manos afligidas. La primera vez que fui a rebuscar garbanzos tendría yo unos nueve años, una edad quizás algo temprana para descubrir el verdadero valor de un plato de legumbres, pero así eran entonces las cosas.

Me acuerdo de estas vicisitudes, que no podré olvidar, ahora que el campo se ha levantado, con toda la razón del mundo, pidiendo precios justos. Sigue siendo un insondable misterio la diferencia entre el precio que se paga al agricultor en origen y el que finalmente desembolsa el consumidor. Por el medio, una larga cadena de intermediarios que van incrementando el coste para conseguir sus jugosos beneficios.

Yo no digo que sea una fechoría (gran palabra, digna de que la rescatemos de vez en cuando), pero no parece demasiado justo que quien lo pone casi todo, el riesgo y el esfuerzo, no gane nada o casi nada. "La sangre tiene razones/ que hacen engordar las venas./ Pena sobre pena y pena/ hacen que uno pegue el grito./ La arena es un puñadito/ pero hay montañas de arena", cantaba Atahualpa Yupanqui, que también conoció la dureza de la vida campesina. Y es bueno recordarlo ahora, cuando parece que volvemos a olvidar que la sangre del labrador viene en cada fruto como una corona grave, que dijo otro que también fue un niño campesino y también supo del dolor.

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