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Geografía de la emoción

La apertura de la XIV

La monarquía, en el solemne inicio de la legislatura

En la tierra hirviendo en que ha devenido el país, convertido en termómetro de emociones, los surcos en la frente del monarca, un inesperado discurso de Batet, la aplicada princesa de Asturias, el orfeón de la autodeterminación o la incomodidad del nacionalismo vasco son los ingredientes principales de la solemne apertura de la XIV legislatura.

Desde que, tras la asonada secesionista en el ya lejano 2017, el Rey pronunció aquel discurso, acusando a las formaciones independentistas de vulnerar "las normas aprobadas, legal y legítimamente, demostrando una deslealtad inadmisible hacia los poderes del Estado", la Institución ha encajado sinsabores. Y entre ellos, la amargura de la invectiva.

Al jefe del Estado, al tanto de la fibrilación ciudadana de un país dividido, le llegan sinécdoques que se amontonan en un sinfín de mentises e impugnaciones.

Pero la soledad también tiene que ver con que el gobierno - part time, tanto tiempo- no amparó cuando arreciaron ataques separatistas, sabedores de que el jefe del Estado no se puede defender.

Las emociones se reflejan en un semblante que no esconde disgusto, hasta regatear la floración de la sonrisa. La contención sostenida que exigen los marcadores constitucionales se hace surco y el discurso se vuelve uniforme hasta convertirse en un recurso que vale igual para la Nochebuena, la Pascua Militar o la Apertura del Año Judicial.

Apenas queda la pernocta anual en el Campoamor donde la transversalidad de los premiados y un público fervoroso permite un desmarque apacible de la tutela gubernativa.

No es fácil ser entusiasta de una línea quebrada por lo correcto, limitada por lo juicioso y en permanente interferencia con las utilidades de unos y otros. El resultado es una sensación oblicua que serpentea entre quienes lamentan faltas de respeto institucional y los que agitan el espantajo de la legitimidad de origen.

La frase que queda de la XIV ha sido la suya: "España no puede ser de unos contra otros; España debe ser de todos y para todos". Y los cuatro minutos de afecto, también.

Desde la restauración democrática, el discurso de Batet, una pieza de orfebrería, trabajada y transmitida con empatía, es el alegato más intencionado de cuantos se han escuchado desde el sitial de la Carrera de San Jerónimo. Diputados y senadores han recibido un buen deseo: "En el Parlamento no existe el enemigo". Y el recelo de algunos le ha llevado a insistir: "No estamos aquí ni para crear problemas que no existen, ni para ocultar los que existen".

Tras advertir contra el peligro de la apropiación partidista y excluyente de la monarquía, la presidenta del Congreso ha destacado que la crítica fortalece la Institución. Cerró su oración con un insólito "Viva el Rey", que no se escuchaba en ese ámbito desde hacía cuarenta años.

La infanta Leonor, rojo Valentino, parece cómoda en ese enjambre, de modo que, aplicada a la tarea del saludo, la heredera ha dado la mano fuerte, mirando a los ojos, a cada uno de los 22 ministros, 350 diputados y 265 senadores (a los que restar el medio centenar de replicantes).

Encabezados por el vocero que tiene en sus manos la continuidad o el final del Gobierno; los portavoces del medio centenar contrario a la Monarquía y a la unidad de España, han plantado al Rey y, en una performance dirigida a su votancia, han clamado: "La Monarquía española es una institución anacrónica heredera del franquismo, y su máximo exponente no nos representa".

La contrariedad del nacionalismo delató que la Seguridad Social Vasca es deseo irrenunciable para la XIV. Más de medio millón de ciudadanos vascos cobran prestaciones que paga el conjunto de la sociedad española. Avistar a media docena de diputados, de pie y sin saber qué hacer con las manos, escarrufa los escaños fronterizos.

El Estado es mucho más fuerte que ese aroma, ya rancio, del desplante.

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