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Ánxel Vence.

Crónicas galantes

Ánxel Vence

Caballeros y gamberros

No usan carné de identidad, porque tampoco tienen dudas de que son los que son sin necesidad de confirmarlo con una tarjeta de plástico. Conducen por la izquierda, disponen de una Iglesia propia, juegan a deportes tan misteriosos como el cricket y pueden ser a la vez caballeros en el salón y gamberros en el estadio. Con gente tan excéntrica como los ingleses puede pasar cualquier cosa y, de hecho pasa. Acaban de irse de la Unión Europea, por ejemplo; aunque nunca dio la sensación de que estuviesen en ella.

El Reino Unido se parece más de lo que pudiera uno pensar a España, que también nació de una unión de reinos y luce como símbolo universal a Don Quijote, caballero famoso por sus extravagancias. Las dos naciones edificaron, además, imperios empeñados en disputarse durante largo tiempo el señorío de los mares, que finalmente se decantó a favor de la Gran Bretaña que gobernaba sobre las olas.

Parece lógico que la tocata y fuga de Inglaterra haya suscitado reacciones de desdén entre los españoles y aun entre los restantes europeos. La UE ha respondido al divorcio como una novia despechada. Si se quiere ir que se vaya, peor para ellos, a ver si se largan de una vez y todo por ese palo. Es el ritual de los desencuentros amorosos.

Hay que entenderlos, como en su día hizo Julio Camba cuando ejercía de corresponsal de prensa en Londres. Profetizaba Camba hace ya más de un siglo que "llegará un momento en el que la Humanidad se dividirá en dos únicas clases: a un lado la Humanidad propiamente dicha; y al otro lado los ingleses, en su isla". Por de pronto se han aislado tan solo de la Unión Europea, pero todo es cuestión de tiempo.

Ya se habían unido con desgana al club europeo del que ahora se van, tras ser vetados en dos ocasiones por el general De Gaulle, que los consideraba poco sociables para integrarse en una comunidad de vecinos con reglas únicas para todos.

Razones había y hay para pensar, como el general francés, que a los británicos les gusta ir por libre. Baste recordar aquel famoso parte meteorológico en el que el hombre del tiempo inglés anunció que "el continente ha quedado aislado de Inglaterra" a causa de una fuerte tormenta que impedía la navegación. Aún reincidiría en esta idea cierto diario de las islas que tituló: "Europa ya no está aislada" para informar de la terminación de las obras del túnel bajo el Canal de la Mancha.

Poco o nada parece importarles a los ingleses que la Unión Europea sea un muy exitoso proyecto mercantil que ha proporcionado a sus miembros el más largo período de paz, prosperidad y -sobre todo- libertad que ha conocido el continente en su historia. Tras dos devastadoras guerras mundiales iniciadas en Europa, nada mejor que el comercio como alternativa al despliegue de ferretería bélica en los campos de batalla.

Esos son, a fin de cuentas, asuntos europeos, deben de haber pensado la mitad de los británicos que votaron a favor de desligarse de una Unión en la que solo ven burocracia y reglamentos. Calculan, con razón o sin ella, que su país es lo bastante robusto como para apañárselas sin socios; y quizá hayan imitado, sin pretenderlo, la máxima de aquel Groucho Marx que se negaba a ingresar en cualquier club "que admita a alguien como yo".

Caballeros y gamberros después de todo, se diría que los británicos han dejado salir esta vez al hooligan que llevan dentro. Mal negocio para todos.

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