A poco que se reflexione despacio no quedará otro remedio que aceptar lo que aseguran la Xunta y su vicepresidente cuando explican la Ley de Acción Exterior de Galicia. Primero, que tiene por objeto atender las posibles consecuencias del Brexit -que ha iniciado hoy su fase final a partir de que el Reino Unido ya no es miembro de la UE: queda un año para concretar detalles- en lo que afecte a Galicia y sus gentes e intereses. Segundo, y de paso, para coordinar cuanto sea preciso en pro de este antiguo Reino y de sus naturales allí donde quiera que se encuentren. Y no son pocos.

Dicho con toda franqueza y sin la menor intención de incordiar, en cuanto a lo primero habría que señalar, si hay suerte y agilidad, que puede que el trámite legislativo remate antes de la disolución del Parlamento porque -quizá se le haya olvidado a alguien- este es un año electoral e incluso es posible que la cita varíe de fecha -al igual que otros asuntos- sobre lo previsto, aunque el señor Feijóo dijera lo que dijo. Y en cuanto a lo segundo, la verdad es que recuerda un poco a las "embajadas" catalanas, y copiar por ahí, si se pretende, no es una buena idea.

(Conviene insistir en que la opinión que se expone no procede de lo que antes se denominaba, con cierto desprecio, el sector de la "cáscara amarga", que pretendía identificar las críticas, o lo que las pareciese, a conjuras judeo-masónicas primero y después a intrigas mediático-empresariales. Ocurre que, en cuanto al retraso, parece cierto que elaborar una Ley a toda prisa, y a menos de once meses de que haga falta, es lo menos que se puede decir. Y sobre lo de las embajadas, resulta cierto que según se mire, pero es seguro que a muchos de aquí y de allá se lo parecerá).

Ítem más. En cuanto a lo de la necesidad del texto y lo ajustada en el tiempo que nace, no será excusa el dato, si se confirma, de que el proyecto normativo recoge el trabajo de la Comisión especial interdepartamental que la Xunta creó cara al Brexit y sus efectos y de la que poco más se supo. Pero aun así, y precisamente por la escasa información -al menos pública- que produjo, no parece que vaya a constituirse en panacea contra las urgencias. Y menos en un país donde improvisar es la regla por antonomasia, del mismo modo que lo provisional deviene en permanente.

Posiblemente, y antes de rematar la opinión, sea útil recordar que en sectores claves, estratégicos para la economía de Galicia, lo que ocurra a partir de este año será decisivo para el futuro del país. Desde el financiero hasta el de la construcción naval, el pesquero, el sanitario, el comercial o el estudiantil y el estrictamente laboral pasando por el turístico y el agro alimentario, losas gallegos/as tienen no solo una inquietud, sino también y ante todo un desafío que consiste en hacer compatibles los muchos -y antiguos- problemas propios sin resolver con los que aportará el nuevo mapa europeo. Y para afrontarlo -el desafío- hará falta algo que no abunda: muy reclamado sentido de lo común. Que, junto con "el otro", es el menos común de los sentidos. Al menos aquí.

¿O no...?