No me gustaría morirme con el remordimiento de una vida mal gastada. Creo, que llegando a determinada edad, uno tiene derecho a vivir cumplidamente y sin remordimientos; sí, con el estupor que se agita con ansia y se entrega a lo sucio sin bondad. Cada año que pasa es el grito de un reducido presente; el mismo que nauseabundo (tarde o temprano) se apoya en un bastón a esperar a la parca...

Hay muchas personas que son fantasía persuasiva; las mismas que bailan y cantan sin mover el culo del sofá. Y hay otras personas que se lanzan a vivir, sabiendo, que muchas veces, junto a lo extravagante está su mejor hazaña. Y, en efecto, libremente y sin prejuicios, pasean su vida (y sin pereza) por los lugares más variopintos. Siempre que voy a una estación de tren me quedo pensando... ¿Saben? Los trenes más madrugadores, siempre, absolutamente siempre, llegan muy jadeantes.

Hay determinadas cuestiones que socialmente no se entienden. A determinada edad parece que el disfrute está prohibido, con frecuencia, veo que a los ancianos no se les permite disfrutar. Entiéndase por disfrutar: enamorarse, salir a bailar e incluso hacer el amor. ¡Hay tantas cosas que por el puñetero látigo del prejuicio originan vergüenza! Qué de veces hemos escuchado "fulanito es un viejo verde". Hay frases que producen asco, todas son el fruto visible del estigma que trata de apartar, a todo aquel que no pasa por el aro. Hay momentos en la vida que necesitan ser iluminados con una sonrisa, además, estoy convencida, que junto al canto dulce del disfrute se alarga la vida. La alegría se manifiesta con más fuerza al lado de todo aquello que tiene la gracia cooperante de la ilusión. Por supuesto, lo repito siempre, es una opinión subjetiva. La verdad absoluta, ya saben, no es patrimonio de nadie.

Muchos ancianos se enamoran de nuevo "a la vejez, viruelas" y nadie, absolutamente nadie, debe juzgarlos. Es bonito, al menos a mí me lo parece, que las personas mayores (a pesar de la sordera) escuchen divinamente los versos más profundos del amor... Mejor dicho: el último amor.

¿Se han parado a pensar la autoridad que impone ver tan de cerca a la muerte? Pues háganlo, seguro que al descubrir la respuesta, no se les volverá a ocurrir llamar "viejo verde", a una persona que con un lado del cuerpo calienta la tumba y con el otro la vida.

Muchas personas, al llegar a determinada edad, pasan del renombre prolongando y comienzan a vivir. Después de una brillante carrera profesional, al llegar la jubilación, uno se ruboriza con todo lo que aporta sensualidad. Es legítimo, y en vez de verlo mal, debemos comprender que todos, absolutamente todos, merecemos conquistar la felicidad. Por lo tanto, ya está bien de llamar "viejos verdes" a todos los "locos" mayores que intentan ser felices.