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Ánxel Vence.

Crónicas galantes

Ánxel Vence

Los rojos ya no dan miedo

Lejos de espantarse por la llegada de un Gobierno más bien rojo a España, la Unión Europea lo ha recibido sin aspaviento alguno; y otro tanto ocurre con los mercaderes de la Bolsa. Ha caído algunas décimas tras la investidura, pero eso forma parte del habitual sube y baja de las acciones. ¿Quién dijo miedo, habiendo hospitales?

Uno de los propósitos de Podemos era que el miedo cambiase de bando; pero ya se ve que el nuevo Consejo de Ministros no atemoriza -de momento- a los mercados que se supone son sus enemigos naturales. Los rojos solo asustan de entrada a algunas viejas y a los partidos de la derecha, que para eso están. El enfant terrible Iglesias debe de andar algo desilusionado con estas tibiezas.

La tranquilidad de la UE tiene una fácil explicación. El Gobierno de Sánchez y, mayormente, sus socios del ala infrarroja prometen gastar lo que no está escrito e incluso lo que no tienen; pero en Bruselas y en Berlín saben que eso es imposible.

Mucho más bragado que ellos, el griego Alexis Tsipras amenazó años atrás a Europa con todas las penas del infierno: y ya se sabe cómo acabó aquello. El propio primer ministro de Grecia se ocupó de aplicar diligentemente todos los recortes que sus acreedores de la Unión le habían impuesto.

Quizá escarmentados en cabeza ajena, los socialistas de Portugal -apoyados por comunistas y ecologistas- optaron por adelantarse a los deseos del verdadero Gobierno continental, que tiene su sede en Berlín.

Redujeron el déficit, bajaron algunos impuestos, aceleraron el pago de la deuda y, como consecuencia de todo ello, se ganaron los elogios de la UE y el FMI. La economía portuguesa creció, dando así al primer ministro Antonio Costa la oportunidad de mejorar las prestaciones sociales a la vez que se reducía sustancialmente el paro.

Dado que Sánchez declaró hace ya años su entusiasmo por la receta de gobierno a la portuguesa, nada cuesta entender el sosiego con el que las autoridades comunitarias -que son las que están realmente al mando- han acogido al nuevo Gobierno español.

La fórmula es sencilla de enunciar, aunque no siempre fácil de aplicar.

Consiste, según los despiadados contables de Europa, en que para gastar hay que ingresar primero: y jamás se puede estirar más el brazo que la manga. Ordena la UE que la diferencia entre lo presupuestado por los gobiernos y lo que finalmente gastan no supere el 3 por ciento, bajo severas amenazas de sanción a aquellos que incumplan la regla. Bien lo sabe el italiano Salvini, que se puso en plan sietemachos con Bruselas y acabó perdiendo los papeles y el cargo.

Por si esa contención del gasto fuera poca, la UE ha añadido ahora la recomendación de que los gobiernos destinen el superávit -si lo tuvieren- a enjugar la deuda en lugar de hacer gastos extra o darse un capricho. Y la deuda española equivale, como se sabe, a casi un 100 por ciento de todo lo que el país produce al año.

De ahí que el espantajo de un Frente Popular (por usar una denominación de otro siglo) no cause frío ni calor en el club de conservadores, liberales y socialdemócratas que, a fin de cuentas, es la Unión Europea. Ya se lo decía el personaje de Humpty Dumpty a Alicia, en el cuento del país de las maravillas: las palabras -en las que abundan los políticos- no tienen importancia alguna. "Lo que importa es saber quién es el que manda". Y eso no tardarán en aprenderlo los nuevos ministros.

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