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Joaquín Rábago.

¿Dónde está Europa?

Sí, ¿dónde está Europa cuando más hace falta? Porque si hay una zona del mundo cuya estabilidad necesitan los europeos es precisamente Oriente Medio, y hasta ahora solo se ha escuchado de sus gobiernos llamamientos a la moderación en el conflicto entre Washington y Teherán

El asesinato, por órdenes directas del presidente Donald Trump, del general iraní Qasem Soleimani junto al de un jefe de las milicias iraquíes en el mismo atentado en el aeropuerto de Bagdad fue una auténtica provocación a esos dos países y una bofetada a los europeos.

Han tratado de justificar los halcones que rodean a Trump un crimen que viola todas las reglas del derecho internacional, atribuyendo a Soleimani la intención de llevar a cabo en el exterior, por intermedio de sus milicias, nuevas matanzas de ciudadanos estadounidenses.

Dicen que Soleimani tenía las manos manchadas de sangre por todos los atentados cometidos en su nombre, y lo afirman los representantes de un Gobierno que ha invadido países ilegalmente y es responsable de la muerte de cientos de miles de civiles, algo de lo que nunca tendrá que dar cuenta ante ningún tribunal internacional de derechos humanos.

Niega, por otro lado, EE UU que el petróleo sea lo que le mueve seguir actuando en esa región como si fuese su propio patio trasero porque la superpotencia es ya autosuficiente desde el punto de vista energético gracias y, a diferencia de los europeos, no necesita ni el crudo ni el gas de Oriente Medio como en el pasado.

Puede tener razón en eso, pero sabemos que no renunciará a su fuerte presencia militar en la zona, que se debe no solo al petróleo, sino también a su necesidad de proteger sus importantes intereses económicos en la región, a sus multinacionales y sobre todo a su industria de armamento, cuyas acciones se disparan cada vez que aumenta allí la tensión.

No hay mayor hipocresía, pues, que la de Trump cuando insta a sus aliados de la OTAN a aumentar por interés propio su presencia en Oriente Medio habida cuenta sobre todo de que Washington, sin consultarlos en ningún momento, no hace sino remover el avispero.

Si se produce finalmente un conflicto de gran envergadura en Oriente Medio, podemos estar seguros de que EE UU se limitará a una guerra aérea, y serán todos los países de la región, además de los europeos, quienes sufran las peores consecuencias.

No parece, sin embargo, que lanzar una guerra en un año electoral como el que tiene por delante EE UU fuese a beneficiar a Trump, que además prometió justamente a los suyos sacar a las tropas de Oriente Medio, aunque ahora esté haciendo justamente lo contrario.

Tampoco parece interesado Irán, pese al golpe que ha supuesto el asesinato de su héroe nacional, en un enfrentamiento directo con la superpotencia, que terminaría arrasando al país, dada la desigual relación de fuerzas, por lo que muchos creen que podría recurrir una vez más a sus milicias para llevar a cabo una guerra de baja intensidad.

En cualquier caso, por su proximidad al avispero, Europa se vería afectada mucho más directamente que Estados Unidos por el incremento de la inestabilidad en la zona, con consecuencias inmediatas como el aumento de los flujos de refugiados en dirección al continente y, por supuesto, también del peligro terrorista.

Ese terrorismo del que EE UU acusa exclusivamente a Irán, olvidando el hecho de que el general Soleimani fue fundamental precisamente en la lucha contra los yihadistas del Estado islámico y las diversas ramas de Al Qaeda en la región.

Estados Unidos, que ha anunciado nuevas sanciones -no hay actualmente mejor arma contra un régimen al que se trata de destruir que la económica- pretende que los europeos se sumen a sus presiones comerciales contra Irán, lo que equivaldría a dar por perdido definitivamente el acuerdo nuclear con ese país.

Los halcones de Washington consideran ese documento ya solo papel mojado, y los hechos parecen por desgracia darles la razón porque ¿puede hablarse de acuerdo cuando una de las partes no es capaz de cumplir lo prometido?

Los europeos no han logrado hasta ahora esquivar las sanciones norteamericanas impuestas a la República islámica: sus bancos no quieren arriesgarse y el instrumento que aquellos habían diseñado para que sus empresas no tuviesen que utilizar el dólar en las transacciones comerciales con Irán ha demostrado su total ineficacia.

¿Puede culparse a Teherán si decide seguir adelante con su programa de desarrollo del arma nuclear, que precisamente aquel pacto pretendía detener, porque el principal firmante hace tiempo que se descolgó unilateralmente del mismo y los otros signatarios se muestran incapaces de cumplir sus compromisos? Entonces sí que tendríamos que estar preparados para lo peor.

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