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Francisco García.

Píldoras para sobrellevar la gripe

Una sonrisa ante la llegada del pico de catarros

La gripe le deja a uno baldado, tristón, ansioso de penumbra, quisquilloso y desanimado. Nos anuncian que el pico de esa enfermedad epidémica aguda, acompañada de fiebre y con manifestaciones variadas, especialmente catarrales, llegará dentro de pocas fechas. Ojo a la población de riesgo, que la cosa no es de broma. Si uno no la padece aún, tendrá seguro catarro o resfriado -ambos sinónimos según la RAE-, ese flujo o destilación procedente de las membranas mucosas, especialmente las nasales. Los textos de autoayuda aconsejan afrontar estos latazos a base de buen rollo y optimismo. Disiento. Sigo a san Lucas: no vengo hoy a dar paz, sino disensión. Aproveche, oh lector, el trancazo inevitable para dar rienda suelta al rencor que guarda, libere su mala baba, póngase lo más tonto posible con sus allegados, sea malo durante esos siete días en que -sin medicinas- va a estar fundido, sea impertinente durante esa semana que -con medicinas- va a estar para el arrastre. Ahí van mis consejos al respecto para que los aplique o, al menos, sonría un poco imaginándolos.

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Hágase el dormido y pronuncie frases enigmáticas que abismen en el desconcierto a sus deudos. Diga de vez en cuando: "No serán las culpas, será la justicia"; "Atravieso el valle, llega la luz opaca"; "Soy un será, y un fue, y un muy cansado"; "Comprad las lirios del valle, que luego será ya tarde". Déjelos romperse la cabeza interpretándolas, que así no molestan, y descabece un sueñecito reparador de verdad.

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No olvide, bajo ningún concepto, relatar con detalles meticulosos a quien estuviere a mano la consistencia de sus verdes mocos, la densidad de sus esputos grises, la potencia de sus toses de ultratumba y el trueno de sus inopinados estornudos. Ejemplifique en directo tan desagradables aunque humanas miserias, a ver si del asco que generan en el prójimo generan también en el prójimo mayor recato cuando pase por el mismo trance, que al personal le gusta como caramelo exhibir sus laceraciones sin que nadie se lo haya pedido.

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Coloque bajo la frazada los dos tochos de "1Q84", la novela de Murakami, pero de manera que el visitante pueda ver el título. Haga otro tanto con "Ontología hermenéutica del postestructuralismo performativo". No olvide disimular en su interior un par de librillos de crucigramas, sudokus y sopas de letras junto con un bolígrafo. Bien escondidos. Como le preguntarán por ambos libros, adopte una actitud melancólica, mire de soslayo por la ventana y sostenga con un suspiro: "Son relecturas pendientes, detesto perder el tiempo". Cuando ya se hayan ido los pelmazos, haga con fruición crucigramas, sudokus y sopas de letras. Tire a la basura a Murakami y al filósofo ese.

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Si es usted padre de un millennial, dé claras señales de abatimiento y desazón, arrebújese bajo las sábanas, llámele y oféndale gravemente con las siguientes palabras, que sumirán al treintañero en un océano de dudas: "Pues va a ser que tienes razón en todo, hijo mío". Si es usted millennial propiamente dicho, haga y diga exactamente lo mismo (cambiando, claro, la relación familiar) y verá cómo el progenitor se retira desconcertadísimo.

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En caso de que en su hogar moren adolescentes (la Santina lo ampare), cuídese muy mucho de dejar pasar la ocasión gripal de vengarse. Convóquelos y -si consigue que acudan- suelte un hilo de voz quejumbroso y enfebrecido para revelar: "Ha llegado el momento de que lo sepáis: sois todos adoptados y os voy a entregar a Asuntos Sociales en cuanto sane". Es imprescindible haber buscado una salida expedita de huida.

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Aprovéchese de que no es de recibo reñir a quien pena la gripe. Llame al ser amado junto al lecho del dolor. Mírelo de reojo, pero con piedad. Pregunte: "¿Recuerdas aquel hombre tan moreno, rico y simpático al que tú tanto animabas a venir a casa?" Y concluya: "Pues vino, vaya si vino". Cierre los ojos como si ensoñara o le hubiese subido la fiebre. Sobreviva.

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