Hace ya años, en los albores de la democracia, Manuel Fraga, otrora adversario político de los "tecnócratas" de uno de los gobiernos de Franco, fundaba Alianza Popular, de la mano entre otros de López Rodó, López Bravo, etc. A la pregunta de un periodista sorprendido por aquella amalgama, Fraga, con su proverbial contundencia, sentenció con una frase que encierra todo un compendio político: "La política, querido amigo, hace extraños compañeros de cama".

A día de hoy, estamos en un escenario político peculiar con un Parlamento atomizado que obliga a los "Pactos" para intentar conseguir un gobierno estable que saque adelante la gobernabilidad de nuestro país.

La democracia y los pactos para gobernar, son parte sustancial del juego político y son legítimos en esencia. Podrán gustar más o menos según a quien, pero el "pacto" ha sostenido y alumbrado nuestro Estado de Derecho y la llegada de la democracia para poder salir de la dictadura de la forma menos traumática para la sociedad.

Nada hay de ilegítimo u aberrante en pactar dentro del espectro político parlamentario, con partidos legales admitidos por el sistema y que abarca todo el conjunto sin excepciones. Todos los dirigentes desde Suárez a Rajoy pasando por Felipe, Aznar y Zapatero lo hicieron para obtener el acceso al poder y la aprobación de presupuestos y leyes. Por tanto es legítimo, pero conviene señalar que cuando han sido con los nacionalistas las consecuencias, sobre todo en Cataluña, han sido nefastas para la cohesión social e integridad territorial de España, poniendo la semilla de la desintegración. Persistir en esa vía, sin duda es tan legítimo como estúpido, ya que aboca a un desastre territorial imparable a medio plazo.

En este escenario estamos y ahora toca la investidura del Sr. Sánchez, actual presidente en funciones del Gobierno de España.

Uno de los enunciados de nuestro artículo habla de credibilidad.

Sí, ya sabemos que una cosa es un "mitin", otra un programa de gobierno, otra una campaña electoral y sus debates y otra muy distinta es gobernar el día a día. El que más y el que menos incumple en cierto grado aquello que prometió en campaña y modera en la praxis el tono mitinero de la campaña y la dialéctica de los debates.

Dicho esto, hay unos límites razonables que no debieran traspasarse. En todo lo que he vivido desde que comenzó la democracia en España jamás he presenciado y escuchado a un candidato a la presidencia del gobierno, contradecirse más, cambiar su discurso más, vulnerar sus propios enunciados y postulados políticos mantenidos en campaña y por ende, engañar más al electorado. A ello debo sumar por su especial relevancia al Sr. Ábalos, ministro de Fomento que, con una rotundidad pasmosa, se pronuncia en sentidos opuestos según convenga al momento con una suficiencia que raya a veces con la más absoluta chulería política.

Estamos ante un fraude político de primer orden. No por los pactos legítimos, gusten o no, no porque el Sr. Iglesias se oponga a las donaciones de Amancio Ortega a la sanidad pública (que tiene bemoles), no porque haya independentismo en Cataluña. El fraude se deriva de las constantes mentiras al electorado en la búsqueda de gobernar al precio que sea, aunque ello aboque a dinamitar o hacer peligrar la integridad territorial española. Esa era la línea roja esgrimida por Sánchez en campaña.

El PSOE, de cuya trayectoria democrática, defensa de las libertades y de la integridad territorial, no caben dudas, no debiera consentir a su secretario general salir a hurtadillas y de forma unilateral del marco constitucional. Si queremos cambiar las reglas del juego, el modelo de Estado e incluso introducir en nuestra Constitución el derecho a decidir de las comunidades o nacionalidades históricas (de las que solo Galicia lo es), debe ser todo el pueblo español quien vote con garantías y bajo el paraguas de políticos con mayúsculas capaces de ofrecer esa credibilidad que el Sr. Sánchez ha tirado por la borda.