Entre las diversas exquisiteces que ofrecía Beledo a su numerosa clientela estaban las salchichas frescas, blancas o rojas, que gozaban del aprecio general y todavía son evocadas hoy por algunos pontevedreses. Como producto perecedero, el ultramarinos no disponía de aquellas salchichas todos los días. Una vez agotadas, quedaba desabastecido y había que esperar la llegada del siguiente envío desde Astorga, que bien Ramiro o bien Santiago se encargaban de anticipar convenientemente. "Mañana llegan", comentaban en voz baja a los mejores clientes.

Las preciadas salchichas procedían de un fabricante de referencia: Manolo Bajo. Mientras su fábrica leonesa funcionó a pleno rendimiento, Beledo no acudió a ningún otro productor; exclusivamente vendía sus salchichas. La fidelidad del ultramarinos fue tan grande que cuando cerró dicha empresa, no buscó ningún otro proveedor alternativo. Aquellas salchichas eran únicas; su jugosidad, su textura y su sabor, resultaban inconfundibles e insuperables. Beledo no quiso pasar por el trance de ofrecer un producto de peor calidad y dejó de vender salchichas frescas, según cuenta Lourdes Cordero.