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El rey desnudo

Nunca la ciencia de la política estuvo más lejos de serlo, que cuando se convirtió en metáfora, esa figura retórica que, como en El rey desnudo, convierte a los que nos gobiernan en personajes o instrumentos de otros, tan perdidos en el esperpento, como aquel monarca del cuento de Andersen, al que todos aplaudían sus ricos ropajes, -tan onerosos para sus súbditos- cuando en realidad iba desnudo.

La política empieza a ser un cementerio de cadáveres, que se va colmatando con los restos de aquellos a los que no mataron las urnas ni los titulares, sino sus corífeos, dispuestos a aplaudir los errores megalómanos de los que nos gobiernan, en lugar de invitarlos a que los corrijan. Muy al contrario, dejan que los vaya tragando la tierra, y a que la sombra de su cadalso crezca, a la par que la firma de decretos con los que van cumpliendo los intereses, a menudo espurios, de sus propios enterradores.

Muchos son ahora gobernantes "enredados" en las redes y en el universo falso de los "like". No importa hacerlo bien, sino que lo parezca. Si alguien disiente, es un "hater". Destierro para el que discrepa. Esa especie de dictadura de las redes y de la esterilizada sociedad del siglo XXI, por la que ya no hace falta arrojar a nadie a la cuneta, basta negarles con la displicencia y el descrédito, la razón y la palabra. Hay cargos públicos que ven ofensa en decir que a veces se burlan de ellos. Se "reían", dicen, que es distinto. Creen que el poder les inmuniza y las risas no son tales, sino el eco de las lisonjas de toda una plebe enamorada.

Ahora que Ourense está a un paso de convertirse en capital de la inteligencia artificial (IA) sería bueno releer a Penrose (heavy metal al que mi cortedad solo me permitió leer a trompicones) y es que no somos algoritmos matemáticos, antes hubo una mente capaz de diseñarlos. Hay territorios inabarcables para la inteligencia artificial, y para sus ordenadores, que solo puede calibrar un ser racional y emocional, con los pies en la tierra, y un séptimo sentido: la empatía para detectar si se ríen de uno o con uno y desconfiar de aquellos que constantemente les aplauden.

No es lo mismo llegar al poder, a que a uno le pongan, no para que sea, sino para que deje hacer. Entre los que tienen hambre y los que llegan con ganas de comer, la clave para sobrevivir como rey y no acabar siendo el bufón, tal vez estribe en "La nueva mente del emperador", volvemos de nuevo a Penrose, en distinguir la luz de las sombras. No siempre el enemigo está en las redes, sino que el que todo lo enreda, suele ser el que dice siempre aquello que uno quiere oír.

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