Un conocido de una región limítrofe pregunta qué se puede hacer en Vigo, además de contemplar la iluminación navideña, que ha trascendido fronteras.
Ha decidido venir con la familia a pasar unos días a la ciudad, que no conoce físicamente, pero de la que ya ha leído lo que publica la Wikipedia; y como persona culta y curiosa le gustaría saber más.
Es de los que, cuando viaja, no le gustan las sorpresas -al contrario de quienes las desean-, y quiere conocer de antemano con qué se va a encontrar para exprimir el tiempo.
Concibe el turismo como ocio, descanso y fuente de conocimientos que compartir con la familia y amigos. Y siempre se pertrecha de lecturas de autores locales que tratan de lo que conviene no perderse. Una mixtura lúdica y culta.
¿Ustedes qué recomendarían a una persona así? No es tarea sencilla. Obliga a elegir y sintetizar, puesto que son tres días y medio los que va a pasar en la ciudad.
Hay dos visitas imprescindibles: el castillo de O Castro y el pazo de Castrelos.
El primero por dos razones: una histórica y otra estética. La histórica son las veces que fue el último baluarte de la población, donde se defendieron contra los ejércitos que asaltaron Vigo.
Qué mejor ilustración que ojear el libro póstumo de Jaime Garrido sobre "Vigo amurallado".
La razón estética salta a la vista: el increíble panorama de la ría de Vigo, regando la fachada de la ciudad. Como poetizaba Cunqueiro: nacida a la vera de un verso de Martin Codax.
Castrelos también presenta dos ambientes para la visita. Ambos a recorrer despacio. Es el pazo más esbelto de los que existen a la redonda, y alberga un magnífico museo. En el exterior, el jardín botánico, incluida su arboleda, es comparable a los más cuidados del mundo.
Paseo inexcusable es un recorrido por el Casco Vello, con "La caracola de piedra", el libro de Pedro Díaz en la mano, que es la mejor guía para caminar por sus calles y plazas. E ilustrarse de sus blasones y placas, como la imprenta de Compañel, donde se editó el libro "Cantares gallegos", de Rosalía. Un buen complemento es la obra de Pedro Feijoo, "Caminar o Vigo vello".
Es indispensable, durante el recorrido, asomarse al balcón del Paseo de Alfonso (XII), admirar el paisaje, y rodear el árbol totémico de la ciudad, el olivo. Nacido a la vera de la colegiata, se trasplantó al lugar que ocupa va a hacer un siglo.
Si la lluvia no lo enturbia es una buena decisión acercarse a la tarde al paseo de Samil, recorrerlo un trecho, y admirar la puesta de sol sobre las Cíes. Es una imagen de las que no se olvidan.
Para aprovechar el viaje, echar un vistazo a los nenúfares de la Fundación Sales.
Es inexcusable la travesía en barco a Cangas, y aunque haga frío, subir al puente alto y contemplar, bien abrigados, toda la bahía, desde Rande a las Cíes. El colmo ya sería sentir la compañía y ver saltar a los arroaces.
También es recomendable la visita a la Escuela de Artes y Oficios, que puso de moda Domingo Villar con su novela "El último viaje".
Una cita imprescindible son los Cines Norte, que resultará un hallazgo gratificante e inesperado para aficionados y cinéfilos. Pocas ciudades poseen una programación de cine alternativo, preferentemente europeo, como Vigo. Es un bocado para exquisitos que muchos visitantes agradecerán. Qué mejor que pasar un par de horas, antes del encendido de las luces, viendo "Traidor", "El joven Ahmed", o "Puñales en la espalda". Porque quienes aman las luces aman el buen cine.
Como remate, si hubiese oportunidad, sería magnífico poder asistir a un concierto de la coral Casablanca, que condensa las esencias polifónicas de la ciudad.
De vuelta, el visitante, además del recuerdo del magno espectáculo de las luces y aditamentos, y de los los mejores y más originales atractivos de Vigo, se llevará una biblioteca básica, a la que debe añadir "Historias de Vigo", el documentado y ameno libro de Jorge Lamas. Así completará la asignatura viguesa y deseará volver.
