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Identitarismo ourensano

La quinta parte de los vigueses, o más, son de origen ourensano. Aunque no haya estadísticas que lo precisen, es la cifra que se maneja. En cualquier caso, es la mayor comunidad de la ciudad, tras los nativos vigueses.

Han aportado al desarrollo y al engrandecimiento de Vigo. Y a conformar un estilo de ciudad, porque una población tan numerosa contribuye por fuerza a dar forma al conjunto.

La práctica totalidad no tiene la menor intención de retornar a sus lares. Se han afincado, se han hecho vigueses, como la mayoría de los que vienen de fuera, porque esta ciudad atrapa, y aquí residirán de por vida. Ellos y su descendencia, que ya son nativos.

Pero por raigambre no perderán nunca la conexión ni el apego a los orígenes, de los que se sienten tan ufanos.

Un ourensano, Manuel Soto, fue el primer alcalde democrático de Vigo, al que la ciudad acaba de despedir con todos los honores.

Cuando no existía más carretera que la general a Ourense, que transitaba por todos los pueblos, era un espectáculo ubicarse a la vera, los fines de semana, y ver pasar filas incontables de coches de ourensanos que se trasladaban a la aldea. A abrazar a la familia, echar un vistazo a la casa y a buscar las patatas para la semana.

Alguno de ellos, no se sabe quién ni cuándo, estableció la norma del fin de semana vigués en la aldea.

Hasta el punto de que esa costumbre desató la leyenda del niño de familia viguesa-viguesa, que un día al regresar del colegio dijo que él también quería ir a la aldea, como hacían sus amigos. Y al responderle su madre que ellos no tenían aldea, comenzó a llorar, por que él también quería tener una a donde ir cada viernes por la tarde.

Está tan entroncado el ourensanismo en Vigo que no se comprendería la ciudad sin su potente presencia. Sus empresarios, sus artistas, sus intelectuales, sus profesionales, sus trabajadores, y la gran masa de ourensanos residentes están tan integrados en la ciudad que ellos son la ciudad. Son vigueses sin olvidar la procedencia.

El preámbulo viene al caso porque ha surgido en el campus de Ourense una plataforma escisionista de la Universidad de Vigo. Alega que llevan 30 años de marginación.

El identitarismo forma parte de la genética de la provincia. Siempre ha habido en Ourense impulsos escisionistas. El más llamativo en política fue el que protagonizaron los populares ourensanos en los tiempos de Manuel Fraga, cuando amenazaron con dejarlo en minoría, y sus diputados se escondieron para no verse condicionados. Solo llegaron a un acuerdo después de que Fraga pidiera árnica, y tras las consiguientes promesas de ayudas de la Xunta para la provincia.

Cuando se creó la Universidad de Vigo, allá por los noventa, las fuerzas vivas ourensanas hicieron intentos por conseguir la suya. Querían la Universidad de Ourense. Así por las buenas, sin importarles que eran una provincia con menos de 400.000 habitantes. Exactamente, 309.293, según el padrón de 2018.

Alegaban entonces, los más renuentes a integrarse en Vigo, que así saldrían mejor formados, porque en Ourense todos serían universitarios. No era mala contestación.

De cuajar, hubiera sido terrible para los aspirantes a un puesto fijo en la Administración, porque los ourensanos tienen fama de ser los mejores opositores del país.

Aunque fuera verosímil la hipótesis de una escisión, existe un pequeño problema, que sin duda no ha pasado por alto a la plataforma identitaria: El económico. ¿ Quién paga? ¿Y de dónde salen los estudiantes? Sabido es que hay abundancia de profesores.

Entre Vigo y Ourense existe afectividad recíproca. Empatía, como se dice ahora. Son los ourensanos los que se hacen vigueses. Y estos no tienen problema en identificarse con ellos.

A finales del XIX, en una de las periódicas disputas entre Vigo y Pontevedra, en la asamblea que se celebró en el Tamberlick para responder a los ataques, algunos oradores pidieron de forma vehemente adscribirse a Ourense.

Es decir, Vigo y Ourense forman un tándem inseparable. Es impensable que se produzca el divorcio.

En fin, que el rector y el equipo de gobierno de la Universidad de Vigo deberán dedicar más atención a las necesidades del campus de Ourense, que tal vez tenga razón en más de una de las quejas que plantea, aunque haya otras imposibles de asumir.

En la precariedad nadie está conforme con el reparto, porque toca poco a todos.

Pero ahí queda otra muestra del identitarismo ourensano. No será la última. Está en su ADN.

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