La senadora izquierdista Elizabeth Warren, la tercera precandidata demócrata mejor situada en los promedios de encuestas (14,2%), hizo sonreír hace un par de semanas al "establishment" al proponer un impuesto a las fortunas. Dos por ciento anual para más de 50 millones; 6% para más de mil. Muchos bautizaron la idea como "terror de los ricos". Pero los aterrorizados fueron los demócratas.
Una ley no escrita dice que solo un centrista puede ganar las presidenciales de EE UU, por lo que tanto Warren como el socialista Sanders (segundo más valorado, 15,6%) estarían muertos en las urnas. Suele citarse a Goldwater, laminado por Johnson en 1964, y a McGovern, aplastado por Nixon en 1972. Aunque suele olvidarse cómo Reagan impidió la reelección de Carter en 1980, cómo Bush jr. cerró la puerta en 2000, con ayuda, al vicepresidente Gore o, recientemente, cómo el apestado Trump se deshizo de Clinton.
Cada uno de estos casos tiene peculiaridades que lo vuelve excepción validadora de regla. Así que la cúpula demócrata, con Obama al frente, jura que solo un centrista descabalgará a Trump. Maniobra difícil, porque el magnate mantiene firme su base en el 40%. Era poco hace tres años. Ahora es mucho.
Solo un precandidato tiene el supuesto perfil centrista, el exvicepresidente Biden. No en vano es el más valorado (27,8%) y la pieza que buscaba abatir Trump con la operación ucraniana. La que le ha situado a las puertas de un "impeachment" que, con toda probabilidad, fracasará pero hará subir el nombre de Biden como la espuma.
Claro que Biden sabe que, hoy por hoy, pese a pelear en un EE UU muy polarizado, el único nombre que debe quitarle el sueño es el del magnate Bloomberg. Ayer republicano, hoy demócrata y, como Trump en su día, libre de pies y manos. Al fin y al cabo, detalle nada desdeñable en EE UU, se paga la campaña. Magnate contra magnate.
