Una de los aspectos llamativos que aún le quedan a la actividad de los partidos es, además de sustituir la voluntad popular en las urnas por reuniones a puerta cerrada para decidir lo que les conviene, es explicar esa suplantación democrática. No resultan divertidos y casi nunca originales. Pero en muchos casos los motivos funcionan y, por tanto, el método se repite a todos los niveles, si bien en el estatal es obviamente más grave y trascendente que en el municipal, autonómico o europeo. Y eso es lo peor: que como se hace urbi et orbi, casi nadie presta atención.

El introito, que es una opinión personal, logra casi la categoría de axioma si se reflexiona sobre lo que ha ocurrido en las últimas campañas. Porque en ellas fue realmente escandaloso el nivel de omisión, no ya en los mítines, sino en las citas programáticas de los grandes y muy graves problemas de todo tipo que tienen planteados, además de anunciados, estos Reinos de España. Y esa omisión admite algo peor: ni una solución seria fue propuesta a la ciudadanía. Una estrategia que, como la citada de ocultar lo que implicaría sacrificios, funciona. Conviene insistir y lamentarlo.

No se trata de volver sobre lo vivido ni de lamentarse por lo que ocurrió, pero sí evidentemente por sus posibles consecuencias. Y tampoco es útil recordar, si no es para prevenir a los incautos, lo poco que valen las palabras de determinados actores de la vida pública, que camuflan sus verdaderas intenciones o mienten descaradamente al exponerlas. Y en ese oficio también cabe asegurar que todos lo hacen, pero unos más que otros: por ahora, el récord de impostura lo tienen varios de los principales actores del espectáculo en que se ha convertido la vida pública en los últimos tiempos. Y así lo reconoce una mayoría de espectadores.

(En este punto cabe un matiz. Lo que se critica no es el intento de establecer acuerdos para la gobernabilidad, sino la sustitución de cauces democráticos -cuya condición exige transparencia y participación y no oscuridad y poderes indirectos- por canales opacos en los que se abordan cuestiones que no tienen refrendo en los programas sometidos a votación. Ni tampoco suponen afinidad, ni cercanía, con supuestas consultas "a la militancia" para que decida sobre lo que no conocieron sus votantes. Eso no es democracia, es una superchería que pretende suplantarla).

En términos de Galicia los daños directos y colaterales son aún mayores que los causados a otras comunidades. Aunque solo fuere -y no es solo por eso- porque aquí apenas cuenta uno de los dos partidos que parecen tener atado el próximo Gobierno central. Una entente que no solo no se propuso al censo, sino al contrario, el 10-N se convocó precisamente, en palabras del presidente en funciones, para evitarla. Y para este antiguo Reino supone una condena política a la marginación y otra, económica, a la resignación ante el desfile de inversiones a otra partes. Y de ese futuro hay ya algo más que indicios: solo los insensatos aceptarían ese panorama en silencio y de brazos cruzados.

¿No...?