Faro de Vigo

Faro de Vigo

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Javier Sánchez de Dios.

Crónica Política

Javier Sánchez de Dios

El comercio

Ahora que remató la primera explosión de consumo invernal -el dichoso black friday- y se acerca la segunda con las rebajas, parece buen momento para reflexionar. Y una cuestión a la que dedicarle tiempo y atención es la que se relaciona con ese mundo: el primer repunte en seis años de las quiebras en Galicia. La mayor parte de ellas se concretan en el sector comercial, que por su extensión y repercusiones resulta clave para el tejido económico -tanto de empresarios como de trabajadores y consumidores- y, por tanto, también para el equilibrio social del país.

Los expertos afirman que la situación no es casual. El comercio gallego en su conjunto no ha superado todavía algunos efectos de la crisis, de forma especial los financieros. Su tamaño y sus características lo dejaron fuera de buena parte de las líneas de apoyo que se habilitaron para soportar el primer choque con la realidad en los años 2007-08. Y la debilidad comparativa subsiguiente lo mantuvo en malas condiciones de competitividad cara a los desafíos de la recuperación y la imprescindible modernización. O sea, en una debilidad extrema, casi terminal.

Conste que, siempre desde un punto de vista personal, lo que ahora pasa en el sector comercial es también el resultado no solo de falta de voluntad para ponerse al día o de la ausencia de ayudas públicas para lograrlo. Quizá no se calculó bien el alcance de la crisis, su duración o profundidad y eso produjo desajustes en los intentos de remedio, pero ha habido otras causas además del terremoto económico de aquellos años. La principal es la propia dinámica del negocio, en la que el tamaño y la capitalización volvió imposible una competencia eficaz.

No todas las opiniones coinciden en ese sentido, pero la mayor parte apunta a que el comercio tradicional gallego no podía resistir por sí mismo la competencia de las grandes superficies, aunque durante el tiempo en que la relativa limitación a la extensión de estas últimas creó un espejismo afirmativo. Y se patentó la idea de que con plantillas reducidas, familiares, que ahorraban costes, y con la especialización casi artesanal en los productos, lo peor había pasado. Pero no se puede detener la marcha de una globalización que casi todo lo absorbe y pasó lo que pasó.

Respetando, como no podía ser de otro modo, las opiniones en contrario, es difícil negar que el futuro del comercio, tal como está planteado, no es optimista para los intereses gallegos. El sector, aquí, es demasiado extenso, y la concentración que antes parecía una salida, ahora resulta ineficaz ante algo similar que inician las grandes firmas. Negocios que además captan para su espectro comercios más pequeños y especializados, que se suman a la inevitable ley del tamaño, del mismo modo que los libreros -por ejemplo- han de hacer milagros para batallar con las facilidades que las administraciones han concedido a grandes almacenes porque el público lo demanda. Aún hay futuro para el sector, pero condicionado por aquello que, dicen, gritó un asesor del presidente Clinton: "¡es la economía, idiota...!". Pero, ahora, sin epíteto.

¿Eh...?

Compartir el artículo

stats