No hace falta ser sociólogo para entender que las últimas consultas realizadas entre sus afiliados por parte del PSOE, Podemos y ERC contaban con sesgos del tamaño de la catedral de Notre Dame de París antes de que ardiese. Se lleva la palma la de ERC, que exige varias lecturas para comprobar qué significa contestar sí o contestar no dado que la primera lleva a conclusiones contrarias. Pero en todas se ha obtenido un resultado abrumador: las direcciones han recibido apoyos superiores al 90%.

Tampoco hace falta ser historiador para entender que ese tipo de cuentas corresponde a lo que se conoce como "elecciones a la búlgara" recordando los resultados inefables de las que llevaba a cabo el Partido Comunista de aquel país antes de las primaveras políticas, en las que se alcanzaban porcentajes de adhesión superiores al número de participantes. A lo que se ve, semejante chapuza no produjo jamás ni siquiera sonrojo en quienes organizaban las votaciones. Me pregunto si alguien en el PSOE, en ERC o en UP se siente siquiera un poco incómodo. Nuestras sociedades se caracterizan por una paradoja notable: ante cualquier problema político de altura, las decisiones que apoyan personas de una formación y nivel social bastante equivalente se dividen alrededor de la mitad exacta, con pequeñas variaciones por encima o por debajo del 50%. Eso lleva a que quienes mantienen relaciones de amistad, trabajo, afición o parentesco y coinciden de manera notable en casi todo discrepen hasta llegar al insulto y al enfado cuando está sobre la mesa un conflicto político.

Ningún ejemplo mejor que lo de Cataluña, por más que el soberanismo hable de la "voluntad del pueblo" como si ésta fuese monolítica. Existe un indicio bien objetivo acerca de la inutilidad de las votaciones para demostrar nada, en especial la voluntad del conjunto de los ciudadanos: que en las consultas se den resultados a la búlgara. Como sucedió, por cierto, en el referéndum del 1-O: 90,18% a favor de la independencia. Lo más suave que cabe decir es que tales consultas no retratan la realidad, que se trata de una manipulación burda para amparar mediante la llamada al voto algo decidido de antemano. Un escalón por debajo del conflicto catalán está ese día de la marmota de la investidura del presidente del Gobierno, hoy interino, a la que no hay forma de llegar. Si se consigue partiendo de votaciones a la búlgara, aviados estamos. Sobre todo cuando quienes urden semejantes manejos se llenan la boca hablando de democracia.