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Javier Sánchez de Dios.

Crónica Política

Javier Sánchez de Dios

Los alijos

La noticia del alijo de 663 kilos de cocaína aprehendido en el puerto de Marín resulta, además de excelente en cuanto a la eficacia policial y alentadora por su volumen -el segundo en importancia hasta ahora-, de obligada reflexión sobre un dato en apariencia difícil de discutir: que la mafia mantiene su enorme capacidad de supervivencia. Y demuestra que a pesar de las pérdidas que le ocasionan las fuerzas de seguridad del Estado, sigue siendo un gran negocio que genera unas muy considerables cartera y cantera. Y que hay que acabar con él lo antes posible reformando lo que haya que reformar, leyes incluidas.

Es probable que se replique que la dimensión del narcotráfico en el mundo es tal que resulta como mínimo ingenuo que se reclame su eliminación por y en un solo país como este a pesar de la calidad demostrada de su personal. Y que se añada que los recursos necesarios para lograr el éxito en una tarea como esa requerirían cifras al menos parecidas a las que obtienen las mafias, lo que significa imposibilidad si no se suman como mínimo las de varios países que luchan contra esas organizaciones criminales. Lo que ha avanzado en los últimos años, pero no lo suficiente.

Ocurre que para alcanzar el objetivo se necesitan otras medidas, además del dinero, que podrían sumarse a los recursos imprescindibles. Y en ese conjunto aparecen los datos contenidos en los informes que, tiempo atrás y por unanimidad, aprobó el Parlamento gallego. Que por serlo -gallego- conoce muy bien el problema y algunas de sus raíces y por tanto merece, y desde luego merecía que así se hubiera hecho, aplicar sus recomendaciones como parte de la lucha para erradicar una de las peores amenazas contra la sociedad actual y sus miembros.

Y es que en esos informes -que habrían de actualizarse-, además de analizar algunas de las causas probables de la extensión del narcotráfico en determinadas zonas de este país y del paso de las redes contrabandistas de tabaco a una actividad más rentable, proponían actuaciones concretas. Que se derivaban de los análisis llevados a cabo y por lo tanto abordaban con realismo algunas de las causas del mal causado y que por ello parecían especialmente adecuadas. Lo que hace aún menos explicable el dato de que, si fueron aplicadas -y hay motivos para dudarlo-, no se hiciera con la diligencia debida.

Por supuesto, cuanto precede es opinión personal, pero también respaldada por hechos: a pesar de la contundencia e importancia de los alijos, la mafia persevera en sus intentos e incluso se organiza de tal modo que los clanes gallegos se erigen en representantes de cárteles iberoamericanos para la recepción y distribución de la droga en Europa. Lo que lleva a la necesidad, u obligación, de insistir en una idea: el narcotráfico es un gran negocio cuya erradicación, como la de la piratería en su tiempo, exige una actuación internacional más enérgica y global. Pero, mientras, hay que multiplicar esfuerzos para que los mafiosos sólo aumenten en número en las cárceles. Y que, en ellas, no puedan hacer otra cosa que cómo pasa el tiempo.

¿Eh??

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