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Ceferino de Blas.

El tercer hijo de Lucía

Lucía, la vecina del sexto, ha tenido su tercer hijo. El primero, Dani, ya cumplió cinco años. El segundo, Jaime, va a hacer tres. Y ha llegado Alex. Lucía quería una niña, y es otro niño, pero está contenta.

En el edifico se ha aguardado el natalicio con expectación, pues los niños de un inmueble de pocos vecinos son considerados como de la familia.

Desde que corrió la voz de que Lucía volvía a estar embarazada, la atención se volcó en el sexo de la criatura. Y una vez conocido que era otro niño, hacia el estado de la madre. Según ganaba kilos, todos la trataban como a alguien vulnerable, pero ella siempre mostró una seguridad que desmentía la debilidad.

Duró hasta que por el móvil -no podría ser de otro modo-, llegó la noticia del alumbramiento, y apareció la primera foto del nuevo vecino. ¡Qué guapo! Pesa cuatro kilos, informaba el mensaje.

Sorprende la naturalidad con la que llevó la gestación y la tranquilidad de asumir la condición de mamá múltiple. Es un indicio de que otras parejas jóvenes estarían dispuestas a tener familia numerosa si reuniesen las condiciones para acogerla.

Con Nuno, del octavo, que cumplió trece años, y este verano ya viajó a Londres a estudiar inglés, son cuatro los nacidos en el inmueble.

Gratifica que haya niños en el edificio por la vitalidad y la alegría que aportan. Y en una autonomía de crecimiento demográfico negativo como Galicia, es como el maná en el desierto.

El mérito es de Lucía y Andrés, tan jóvenes, modernos, deportistas, buenos profesionales, y padres entusiastas. Porque están encantados con sus tres hijos.

Debería recocerse a las familias numerosas mucho más, con compensaciones sociales y económicas, que reviertan el estatus de carga que supone la paternidad plural. Es una exigencia de la sociedad a las Administraciones para romper la tendencia del crecimiento negativo.

No siempre fue así. Familias de más de tres hijos eran frecuentes en los años sesenta.

Cunqueiro escribió un preciso artículo, dedicado a los cinco hijos de Manuel Cerezales y Carmen Laforet, que le sonreían todos los días cuando llegaba al trabajo desde la foto que el padre tenía sobre la mesa de su despacho de la calle Colón.

Ni eran excepcionales los casos de diecisiete hijos, como el de la esposa de Isaac Rubio, un conocido fotógrafo asturiano de prensa, a quien el gobierno franquista había premiado su prolijidad con una vivienda social. Era la recompensa del régimen para incentivar la procreación, y los héroes de la paternidad, como el reportero gráfico -murió joven-, bien se lo merecían.

Los tiempos han cambiado, y en la actualidad criar a más de un hijo tiene un mérito comparable al de sacar adelante una familia de mayor número, en tiempos pasados. Sobre todo cuando trabaja la pareja y ninguno se dedica específicamente a atender la casa.

El nombre suele estar elegido, a diferencia de antaño cuando se aguardaba la fecha del nacimiento para imponerle el del santoral del día. De ahí algunos nombres tan peculiares.

Es sabido que la nomenclatura de cada época responde a las modas, y los nombres que resultan más eufónicos. Pocos se llaman ya José o Antonio, que eran habituales hace décadas.

Además, los niños de familia numerosa, por el hecho de convivir en grupo, cultivan unos valores y una mentalidad de equipo, muy apreciada en el ámbito laboral y convivencial. Se genera más por lo que comparten los hermanos que por la educación que reciban en el colegio.

Ojalá las administraciones se planteen con seriedad, y sin concesiones electorales a la galería, ofrecer unas condiciones que favorezcan la natalidad, y propicien las nuevas familias.

Ah, y si tienen la suerte de que en su edificio haya algún ejemplo parecido al descrito, no hay duda de que estarán encantados. Es una bendición.

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