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Las reglas del género

La semántica emocional y la falta de precisión conceptual para adoptar algunos discursos

Del mismo modo que corremos a adoptar las modas estadounidenses (hamburgueserías, Halloween), una parte sustancial de la izquierda, especialmente la más "antiyanqui", toma con entusiasmo los discursos que de allí nos llegan, como el discurso "de género". Y una vez adoptado, además, lo aplica sin demasiada precisión conceptual, entusiasmada en la semántica emocional.

Esa actitud hace, por ejemplo, que se repita la cantinela de la brecha salarial de género como si de una discriminación activa hacia la mujer se tratase por el hecho de ser mujer. Es cierto que, comparando el conjunto de los salarios de las féminas con el de los varones, el de estos es mayor que el de ellas. Ahora bien, esa diferencia no se produce porque en trabajos iguales se pague distinto a unos de otros, sino por el tipo preferente de empleos que desempeñan las mujeres, por el tiempo de ocupación que a ellos dedican o por otras razones que no responden a discriminación alguna sino a ocupación distinta, querida o impuesta por la necesidad.

Al margen de esa confusión voluntaria en la presentación de la cuestión, es necesario señalar que en las propuestas que se realizan para llegar a la desaparición de la llamada brecha salarial hay siempre, como la hay en muchas de la propuestas de los discursos contemporáneos, una voluntad impositiva, la pretensión de ahormar la sociedad para que sea como los emisores del discurso dicen que debe ser, y no como deseen los individuos, errados o no, llamados a ser salvados.

La generalización del discurso de género lleva a algunos conceptos y actuaciones entre pintorescos y discutibles. He aquí uno de ellos, el de soledad de género, aplicado para señalar que hay muchas mujeres mayores que viven solas, con los inconvenientes psicológicos que ello conlleva. Es cierto, pero no se puede tal cosa presentar, como se hace, al modo de un castigo de la feminidad, sino como un resultado de ella. Pues esas mujeres que viven solas son en su mayoría viudas, esto es, han tenido la suerte vital (en parte, por su propia condición) de sobrevivir a sus maridos.

Una plasmación reciente de esa ideología es la del "urbanismo/arquitectura de género". Se propone, por ejemplo, que las cocinas sean mayores para que la mujer no esté sola en la cocina mientras prepara la comida y para que el marido la ayude. Parece ignorar la realidad actual, donde una cantidad importante de hogares son monoparentales y donde hay muchos en los que quien cocina es el hombre.

Para terminar, déjenme señalar con un ejemplo cómo la voluntad impositiva, el deseo de conformar la sociedad a lo soñado por el discurso, se manifiesta tantas veces. Es sabido que las jóvenes universitarias rehúyen en general las ingenierías, prefieren otras carreras. Ahora bien, no hay razón alguna de capacidad para ello; es más, a partir de los quince o dieciséis años, las mozas son más estudiosas, más trabajadoras que los mozos, y sus resultados, excelentes. No viven tampoco en un mundo aparte, sino en el mismo que el de ellos. Por consiguiente, si no las atraen tanto las ingenierías (algunas, en particular, menos que otras) será por las razones que cada una de ellas, esto es, cada persona, tenga, desde su santa voluntad a sus expectativas.

Pero el discurso de género pretende ahora considerar eso como una anomalía inaceptable, porque ¿cómo tolerar que la realidad contradiga la teoría, el mundo imaginado? De modo que, al margen de cuál sea la voluntad de cada una de las mujeres que van a estudiar una carrera universitaria, hay que hacer que la realidad se ajuste al lecho de Procusto del discurso y, por tanto, discurrir fórmulas varias para que el número de matriculadas en esas carreras se acerque al de matriculados. Algunos han llegado a proponer una rebaja notoria de las matrículas e, incluso, su gratuidad.

¿Y la voluntad de los sujetos? ¿Es que están incapacitadas las jóvenes para saber lo que de verdad les conviene? ¡Ah! Más vale morir conforme a las reglas que vivir en contra de ellas, según la conocida sentencia molieresca. Miren si es viejo el talante.

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