Si estas elecciones sirven para que los partidos reflexionen sobre qué imagen han mostrado a la ciudadanía y cómo han sido juzgados por ello, sobre cuáles eran sus promesas y anhelos iniciales y cuáles fueron sus acciones posteriores, puede que algunos candidatos ahora recuerden con nostalgia aquella época reciente (anteayer) en la que pudieron tocar el cielo pero, al verse con la posibilidad de conquistarlo en su totalidad, prefirieron esperar. Lo vemos, por ejemplo, en la mayor tragedia electoral de la noche, el hundimiento de Ciudadanos, cuyo líder, fantaseando con la idea de ponerse al mando de la derecha española, se acogió a una promesa de campaña para no pactar con el PSOE sin caer en la cuenta de que, quizás, su electorado sí podría comprender más que nunca el cambio de postura, ya que se suponía que el partido, reformista y liberal, podría contribuir en una urgente estabilización del bloque constitucionalista. Pero no, Rivera prefirió la oposición.

Otro caso para analizar sería el de Podemos, una formación política que, pese a resistir con entereza complicados periodos electorales y algunas crisis internas, escisiones incluidas, tuvo la oportunidad de haber formado parte de un gobierno, lo cual sería toda una hazaña histórica, sin duda meritoria, pues ya llevaba un tiempo padeciendo un declive que estos últimos comicios no hicieron más que confirmar. Ambos, Rivera e Iglesias, podrían haber aprovechado aquellas coyunturas. De ese modo, Ciudadanos hoy seguiría siendo importante y Podemos, con más diputados, podría ser influyente. Aunque Pedro Sánchez tampoco debería estar muy satisfecho. Quizás sus asesores le dijeron que unas nuevas elecciones, gracias al voto útil y al papel de Iglesias en las negociaciones, consolidarían su liderazgo y el del PSOE. Y puede que, en un principio, ese planteamiento tuviera sentido. No contaron, sin embargo, con los imprevisibles efectos de la sentencia del "procés" y la reacción de muchos conservadores ante la exhumación de Franco, obviando así el componente emocional e irracional de una crisis de estado a la cual una campaña electoral solo podría proporcionarle más toxicidad e infravalorando la fuerza del franquismo sociológico, traducido ahora en más de medio centenar de escaños.

¿Qué se ha conseguido, entonces, con estas elecciones? El bipartidismo no ha resurgido lo suficiente; no se puede hablar de un éxito del PP, que, aun habiendo mejorado los resultados, tiene demasiado cerca a Vox, el gran ganador de la noche, lo que probablemente hará que en los próximos meses veamos comportamientos erráticos en una derecha española (moderada) que tendrá dificultades para encontrar su verdadera identidad. El bloqueo no parece que vaya a desaparecer fácilmente. Una "abstención patriótica" del PP se complica con la creciente relevancia de Vox en la oposición. La ingobernabilidad, por tanto, sigue ahí, en el horizonte. Han crecido los nacionalismos, en general. Y la escena parlamentaria se parece cada vez más a las europeas. En lo peor. Ahora sí ha llegado el pánico a la habitación.