Tuve el privilegio de tratar a Margarita Salas desde finales de los años 80. Fui discípula de Eladio Viñuela, su marido. Una vez que Eladio falleció, en 1999, nuestra relación continuó hasta el último día.

Compartí con ella fines de semana en Madrid, disfrutando de conciertos y de otras aficiones comunes. Nos considerábamos parte de la misma familia.

Margarita tenía una mente brillante, conservó hasta el final una memoria enorme. Su vocación por la ciencia era desmesurada: tenía 80 años y, cuando se ponía la bata, se entusiasmaba, y se le notaba en la cara.

A las nueve y cuarto de la mañana salía de su casa, se iba al laboratorio y allí se pasaba todo el día. Al mediodía comía un sándwich y una manzana: de ahí no la movías, era muy austera.

Hace unos meses viajó a Badajoz, donde vivo y trabajo, para dar una conferencia en la Semana de la Mujer en la Ciencia. En la Universidad de Extremadura tenemos un edificio dedicado a Eladio Viñuela. Ella era doctora "honoris causa". La apasionaba llevar la ciencia a donde la ciencia no es apreciada. Margarita la hacía asequible para todos.

Un verano que estábamos en Santander, en la UIMP, me puse enferma. Mi compañera de habitación se había ido y Margarita dejó su suite para trasladarse a mi habitación y cuidarme. Tenía auténtica devoción por sus amigas asturianas.

De Margarita debo destacar ante todo su personalidad, su sencillez, su humildad, su generosidad, su capacidad de tratar a todo el mundo por igual. Su talla humana, en definitiva. Es con lo que me quedo de ella.

*Catedrática de Bioquímica y Biología Molecular de la Universidad de Extremadura