Advierto, desde mi personal observatorio, al menos tres graves preocupaciones que inquietan la conciencia de una buena parte del mundo. Una, de carácter universal, es el "cambio climático" que parece amenazar seriamente el futuro de nuestra existencia. Las severas advertencias que nos llegan desde las academias científicas y las intranquilizadoras reflexiones sobre el cambio climático.
Sobre la sociedad en general pesan las consecuencias del cambio climático doctrinales y tajantes, que presagian para fechas relativamente cercanas una tragedia de magnitudes devastadoras. Se nos advierte que buena parte de sus causas las provoca la irracional emanación del CO2. El propio ser humano desde la Revolución Industrial del siglo XIX, es responsable mayor -se nos dice- y por ello se reúne la comunidad internacional en foros que ofrecen irrebatibles conclusiones sobre el amenazador peligro y propone diferentes medios para atajarlo y, en efecto, ya se han comenzado a aplicar medidas restrictivas en todos los sentidos.
El otro fenómeno que nos acucia es la inquietante difusión y profesionalización de las incontables bandas perfectamente organizadas para generar la violencia, generalmente cargada de razón, para convertirlas en fuerzas devastadoras y desestabilizadoras de regímenes constitucionales. La tercera con desesperante continuidad me refiero a la violencia que ciertos hombres ejercen sobre las mujeres. En lo que va de año, más de cincuenta mujeres han sido asesinadas y algunas ante sus propios hijos. Algo inaceptable y que requiere una profunda respuesta no solo policial y judicial, sino también sociológica con expertos capaces de diagnosticar y prevenir tan perversos comportamientos. Ellos deben ahondar en la etiología de tales malévolas conductas.
