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Tribuna libre

Quiero mi quiero

Marta te quiero. Un mensaje tan sencillo como eficaz, imposible no leerlo, sobre todo si su ubicación es un paso elevado bajo el que pasan cientos de conductores cada día. La primera vez lo leí con poco interés, como se leen las facturas o los mensajes acumulados en los grupos de Whatsapp. Pero los días pasaban y, conduciendo de camino al trabajo, comprobé que el cartel seguía allí y, para mi sorpresa, mi vista comenzó a detenerse también, por un instante, allí, en aquella simple frase, en aquel trozo de tela mal cortado; releyendo de nuevo aquellas tres palabras, como si algo en mí necesitara comprobar que todo estaba en su sitio, que nada había cambiado, que esa tal Marta seguía siendo querida por alguien. Entonces comencé, también casi sin darme cuenta, a hacerme preguntas, pero en plan cotilleo: ¿habrá visto ya el mensaje Marta?, ¿estará segura de quién lo ha escrito?... También me entretuve jugando a imaginarme cuántas Martas podían haberse dado por aludidas (cuando no concretas el mensaje corres ese riesgo), o cuántas personas, Martas o no Martas, habrían deseado que fuese su nombre el que estuviese escrito allí, en las alturas.

La segunda semana fue la del cambio, la del desenlace. El cartel se había ido deteriorando y, como ocurre con esos carteles electorales en los que el candidato pasa de lucir impecable en los primeros días a resultar casi irreconocible semanas después (metáfora quizás de lo que ocurre también con su gestión); el "Marta te quiero" fue víctima también del paso del tiempo y de sus caprichos no sólo meteorológicos. Así, llegó el día en que la parte inferior de la tela, la que contenía la palabra quiero, estaba tan gastada que la palabra en cuestión resultaba totalmente ilegible, y aquello lo cambiaba todo. El alentador mensaje que semanas atrás llamaba nuestra atención quedó reducido a un insulso "Marta te" desprovisto de significado alguno. La sorpresa, como pueden imaginar, fue mayúscula, y estoy convencido de que ese día no fui el único conductor que echó algo de menos al pasar por allí. Quizás tampoco fui el único que bajó la vista hacia la carretera cariacontecido, ni el único que se preguntó, como hacía Sabina con aquel "¿Quién me ha robado el mes de abril?", quién nos ha robado nuestro quiero, quién se ha llevado ese momento, ese instante de comprobación ritual, esa ilusión mañanera; quién se ha llevado, y adónde si puede saberse, esas dos sílabas que dan sentido a un mundo que a veces parece incapaz de sentir.

*Maestro y vecino de Xaxán

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