El ruido que acompaña la publicación de cada encuesta del CIS impide un examen riguroso y ponderado de este organismo público. Habría que analizar su neutralidad política, la calidad de sus sondeos y el servicio que presta a la sociedad. La opinión pública, sin embargo, fija periódicamente su atención en él para saber qué problema preocupa más a los españoles y, cuando se acercan unas elecciones, espera como agua de mayo la proyección del voto en la futura composición del Congreso y la gobernabilidad. Incluso se ha llegado a decir que la publicación de la encuesta preelectoral del CIS supone el pistoletazo de salida de la campaña electoral, resaltando así su difusión y su influencia en el ambiente político.

El macrobarómetro publicado esta semana ha provocado el escándalo habitual por la llamativa discrepancia con el común de los sondeos difundidos hasta la fecha en la distribución del voto y, sobre todo, en el reparto de los escaños, que resultan muy favorables al PSOE. Teniendo en cuenta que el trabajo de campo del CIS fue hecho antes de que los acontecimientos relacionados con Cataluña impactaran de lleno en toda España, en realidad sus estimaciones se aproximan a las de otros encuestadores, excepto en la ventaja mucho más amplia que concede al PSOE sobre el PP. La verdadera diferencia entre la encuesta del CIS y el resto se reduce en gran parte a la asignación del voto centrista indeciso.

Desde abril, los únicos movimientos significativos de electores se están registrando en el espacio central de la arena política. Se discute si las palabras "derecha" e "izquierda" significan algo todavía en política, pero lo cierto es que los españoles, casi sin excepción, no tienen dificultad para señalar en la escala ideológica su ubicación y la de los partidos políticos. Al respecto, la encuesta del CIS proporciona una información abundante. Más de la mitad de los españoles está clavado en las posiciones políticas intermedias. Son, en general, electores poco interesados en la política, alejados de los partidos y que preferentemente recurren a la televisión para informarse y están repartidos de forma homogénea por la estructura social. Constituyen la llamada por aquí "mayoría cautelosa". Ante las elecciones, se muestra dubitativa, puede posponer la decisión del voto hasta el último día y, si se decide a entregar la papeleta, suele hacerlo finalmente sin demasiada convicción, dejándose llevar por la intuición o un impulso.

En España, el centro lo ocupan los votantes de PSOE, PP y Ciudadanos, partidos estatales, además de otros de ámbito inferior. En las elecciones de abril, Ciudadanos fue el partido más votado en el centro. Las encuestas anuncian que en las de noviembre lo será el PP y, en menor medida, el PSOE. El CIS calcula que la caída de Ciudadanos en número de escaños será menos pronunciada, pero coincide en que sufrirá la pérdida de un tercio de los votos. La mayor incógnita electoral en este momento, dándose por seguro su realineamiento, es el destino del voto que se va a transferir de Ciudadanos a otros partidos. Es un voto retraído, preso de las dudas, que aún puede optar por permanecer junto al partido naranja o por la abstención, pero que en su mayor parte probablemente se dispersará en dirección al PP, el PSOE y Vox.

Los votantes de los partidos anclados en ambos extremos de la escala ideológica están movilizados y son fijos. Los únicos votantes dispuestos a mover su voto, y a corregir de paso visiblemente el resultado de las elecciones de abril, son aquellos que hoy se debaten entre votar a Ciudadanos, al PP o al PSOE. La mayoría de los votantes que abandonarán a Rivera se orienta a confirmar la prevista recuperación parcial del PP, y la sorprendente resistencia de los votantes de Podemos y la presencia, aunque sea testimonial, de Más País explica el frenazo de las expectativas del PSOE, que según todas las encuestas previas y posteriores a la del CIS no ha conseguido vencer el recelo del votante centrista.

El motivo de esta desconfianza procede de Cataluña. En esta ocasión, el CIS no ha preguntado por los temas que estimulan el voto, pero sí lo hizo en la encuesta poselectoral de mayo, constatando que la cuestión catalana había decantado a un segmento del electorado centrista hacia los partidos que se mostraban más firmes frente al movimiento independentista. El dato ayuda a entender la extrema precaución del discurso socialista en este asunto y las expectativas de mejora que respaldan a Vox. Y aún queda la semana final, con su tensión, las malas artes, el debate, la visita a Barcelona del Rey con la Princesa y las protestas en la calle convocadas para la víspera de las elecciones. Se comprende así el juego equívoco de las encuestas y la incertidumbre de los resultados, en plural, electorales. Estas elecciones no están decididas.