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Francisco García.

Lo que hay que oír

Francisco García

En este pueblo no hay devoción por Fulkner

Las ingeniosidades de James Ellroy para vender su último libro

No hay nada más productivo que un escándalo para vender un producto. Y un libro es un producto. Lo sabe a la perfección James Ellroy (y Cristina Morales, reciente Premio Nacional de Narrativa quien mostró su "alegría" por que en Barcelona "haya fuego en vez de cafeterías abiertas"). Ellroy es un escritor norteamericano de novela policiaca que les sonará a ustedes por haber visto en cine La dalia negra o Los Ángeles Confidencial. A ustedes en general ?digo?, porque los escritores en particular seguro que afirman estar releyéndolo. Ellroy está de promoción de su nueva novela y por lo tanto está de escándalo productivo en escándalo productivo, como suele, que el oficio de escandalizar lo domina. En realidad, es un arte sencillo: se lanzan unas cuantas ingeniosidades pretenciosas y a vender ejemplares cual chocolate. Ellroy dice mucho en las entrevistas "que te jodan", "a la mierda", y similares expresiones molonas. No tiene televisor ni móvil, no gasta ordenador para escribir; afirma ser "un escritor cristiano" a pesar del submundo podrido que retrata, sin angelitos, ni arroyos rumorosos; dice: "la gente se piensa que soy un experto en Los Ángeles [ciudad donde desarrolla su obra, durante los 40 del XX]. No lo soy. La verdad es que la mayor parte de esta mierda me la invento". De vez en cuando escandaliza con lucidez: "Los conductistas, los socialistas y muchos progresistas tienden a pensar que es todo por la pobreza o por la injusticia racial. Yo creo que el crimen es un abandono moral individual, a escala epidémica". Si hay escritores intocables para los yanquis son Whitman, Hemingway y Faulkner. Pues Ellroy acaba de soltar: "Nunca he leído un libro de Faulkner". Resulta que ?al contrario de lo que le ocurría al cabo Gutiérrez en Amanece que no es poco? James Ellroy no siente verdadera devoción por Faulkner ni Fulkner.

La que ha armado Ellroy en nuestro país. Aquí se juntan media docena de escritores en un congreso y el uno está releyendo a Faulkner; el segundo, a Proust; el otro, a Conrad, el cuarto, a Dostoyevski; el quinto, a Joyce; y el sexto, a Woolf. Releyendo, ojito, que un escritor ha de dejar claro que leer ya ha leído todo lo que hay que leer, que ahora solo relee. Aquí dice releer todo bicho viviente aunque tenga 25 añitos y no le haya dado tiempo material. No hay Galdós que se le escape, ni Coetzee, ni Atwood, ni Cervantes entero, ni Carver, ni Foster Wallace, ni la novela latinoamericana de punta a cabo, ni Pessoa, ni Dante, por no hablar hoy de Siri Hustvedt y su marido, que es que se los quitan de las manos a los libreros, oyes.... ni a Yasuhiro Yagami, que me lo acabo de inventar, pero, si cuela, cuela. Porque esa es otra. Como todo el mundo dice estar releyendo a todos y a todas y todo, usaba yo cuando humor tenía inventarme un nombre o una obra y preguntar al relector qué le parecía. Y hay que ver de qué manera tragaba, tragaba que daba gusto títulos inexistentes como El ardor del Malagarasi, de un supuesto Karani Kirui. Y ahora llega Ellroy a reventar el invento. Porque ya lo verán ustedes enseguida. La moda va a ser ahora decir la verdad, o sea, decir que ni se ha leído una línea de Faulkner, Proust, Conrad, Dostoyevski, Joyce, ni Woolf. No con el orgullo del milenial adanista analfabeto: con la convicción de que así se está a la moda y al YouTube y al Instagram. Y bastará que pronuncies "releer" para que te tengan por más viejuno que la máquina de coser Singer. No era necesario que confesasen su agrafía muchos de ellos: "Por sus obras los conoceréis", y hay que ver qué petardos de obras circulan por ahí. Ah, y acabo de citar a San Mateo (7, 16) porque estoy releyendo la Biblia. Entera y en hebreo, arameo y griego. Iguálame esa, Ellroy.

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