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Daniel Capó FdV

Las cuentas de la vida

Daniel Capó

Al albur de las encuestas

Encuestas, encuestas. La política moderna parece moverse al albur de lo que dicten las encuestas y del emponzoñamiento promovido por las guerras culturales. Busca sin cesar elementos divisivos que faciliten una larga campaña de trincheras, un espacio público donde las heridas se reabran continuamente sin memoria alguna del bien. La táctica propagandista que se utiliza es sencilla, casi de manual: encontrar fallos en el sistema para a continuación magnificarlos hasta el extremo. Todo vale, desde el despliegue de un arsenal de noticias falsas hasta convertir los sentimientos en un show pornográfico. Cuando la demoscopia enciende las luces de alarma en clave partidista, se activan los motivos simbólicos con el objetivo de eludir el debate y movilizar de nuevo el voto. Si algo hemos aprendido en estos últimos años es que el peso de los argumentos en una sociedad polarizada tiende a cero: las palabras solo sirven para despertar prejuicios existentes de alto contenido emocional. Así, resulta asombroso comprobar el diálogo de sordos en que se ha convertido cualquier debate sobre hechos aparentemente incontrovertibles.

Las encuestas marcaban una caída del PSOE y la recuperación de los populares. Los eventos de Cataluña suponían un escenario ligeramente más favorable a los postulados conservadores de mano dura que a un gobierno socialista al cual los medios acusan de blando. La respuesta rápida de Moncloa ha sido convertir la exhumación de Franco en un espectáculo televisivo que, para algunos críticos, se acercaba a la categoría de funeral de Estado. Por supuesto que no lo era, aunque tampoco fue el acto que se esperaba: discreto y privado a pocas semanas de unas elecciones generales. Reparación histórica, claro está, pero sin necesidad de subrayar unos planos televisivos tan excesivos como electoralistas. La duda ahora es: y a continuación, ¿qué? ¿Hacia dónde se dirige el país a partir del 10-N? ¿Qué tiene que decir el presidente de las querellas territoriales, la falta de vigor económico, el fracaso educativo, los desequilibrios presupuestarios, la inversión en ciencia, el descontrol migratorio, los efectos del brexit o la escalada de los extremismos? ¿Qué tiene que decir del precio de la vivienda, de la escasez de alquiler, de las rigideces laborales y de los bajos salarios, del desprestigio creciente de las universidades o de la falta de ahorro de muchos españoles? Cuestiones de futuro a las que apenas dedicamos tiempo. Cuestiones de futuro que arden en las hogueras de la estética.

La estrategia, por supuesto, funciona y lo podemos comprobar en casi cualquier país occidental que analicemos. Quizás los Estados Unidos fueron pioneros al introducir la corrección política en las universidades y en el debate público, favoreciendo así un modo de concebir la política profundamente dañina para las instituciones y la conveniencia. Digo quizás porque desconozco si se ha realizado alguna genealogía de este proceso. Hoy no podemos sino mirar el pasado con cierta nostalgia, no porque fuera un lugar mejor sino porque el debate era sencillamente más civilizado, con menos aristas y menos violencia. Regresar a ese punto nos haría bien, no para quedar inmovilizados en la parálisis de un sistema que ya ha mostrado sus limitaciones, sino para reformar y mejorar las instituciones. Y eso significa volver a los parlamentos y renunciar a la sobredosis de propaganda, tratar con pulcritud y esmero la democracia, elevar el debate público y no empobrecerlo aún más. La responsabilidad es de nuestras elites, pero también nos corresponde a nosotros exigírsela.

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