Estudiar compensa. Obviamente en lo personal y lo social. Pero también en lo puramente económico. Los estudiantes graduados tienden, en conjunto, a sufrir menos la lacra del paro, ganar más dinero y tener más estabilidad. Pero es verdad que esto no es así para todo el mundo.
Un reciente trabajo del Instituto Valenciano de Investigaciones Económicas en colaboración con la Fundación BBVA sobre itinerarios de inserción laboral y factores determinantes de la empleabilidad en España analiza el problema en detalle y detecta los rasgos que reducen la probabilidad de los graduados de obtener un empleo ajustado a su cualificación: los que han cursado estudios que preparan para profesiones para las que existe escasa demanda; estudiantes que no se han movido de sus centros de estudios (Erasmus) ni tienen intención de hacerlo por motivos laborales; perfiles carentes de formación en idiomas y TIC o de prácticas en empresa; estudiantes de universidades que no consideran la empleabilidad como uno de sus objetivos estratégicos, no trabajan sus conexiones con las empresas y se encuentran localizadas en regiones con una economía poco dinámica; finalmente, jóvenes de familias con una débil red social de contactos que les ayude y asesore.
Todo lo anterior pone deberes a familias, universidades y administraciones públicas. Las familias deberían animar a sus hijos a que conjuguen vocaciones y preferencias con oportunidades laborales; las universidades dar más relevancia a la empleabilidad; y la administración otorgar a estas cuestiones más peso a la hora de decidir sobre mapas de titulaciones, oferta de plazas o financiación a las universidades.
La universidad no solo se dedica a formar trabajadores. Educa ciudadanos y líderes políticos y sociales, crea conocimiento y lo transfiere. La universidad tiene múltiples funciones, todas muy importantes. Pero no hay que olvidar nunca que para la mayoría de los estudiantes sus estudios son un medio clave para ganarse la vida en el futuro.
*Director de GEN (Universidad de Vigo)
