Con Franco allí podían pasar décadas sin saber qué hacer con su faraónico panteón, del que en cierto modo era el guarda, pero ahora la cosa apremia. Van surgiendo propuestas. La de Nicolás Sánchez Albornoz, que trabajó allí hasta que logró fugarse, lo mejor sería dejar que la naturaleza lo vaya devorando todo. Una fórmula ecológica pero inaceptable en términos de patrimonio público. Está la vieja idea de convertirlo en monumento a la reconciliación, pero, para qué engañarnos, sobraría la cruz del nacional-catolicismo. La que ha hecho el profesor Alvarez Junco el mismo día de la exhumación es convertirlo en gigantesca aula didáctica para explicar lo que ha sido el franquismo, pero una denuncia de la dictadura (lo único que cabe hacer en una democracia), tendría en contra toda la iconografía, que encima es muy bella. Asi que menuda herencia nos deja el finado desahuciado.
