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Ánxel Vence.

Crónicas galantes

Ánxel Vence

Del Barça-Madrid viene todo esto

Por si no quedase clara su gravedad, el lío en Cataluña ha provocado el aplazamiento del partido que iba a enfrentar al Barça con el Real Madrid dentro de unos días. Mucho más significativo que la guerrilla urbana y las marchas sobre Barcelona, ese daño colateral revela que el conflicto está entrando en terrenos tan delicados como el del balompié. Y con el fútbol no se juega.

Era previsible todo esto. A fin de cuentas, el rápido proceso secesionista emprendido hace apenas una década viene siendo una traslación a la política de las históricas pendencias entre los dos clubes más destacados del país. Si el estratega Von Clausewitz viviera hoy, diría muy probablemente que la política es la continuación del fútbol por otros medios.

Da fe de ello el Barcelona, club fundado por Hans Gamper, que vistió al equipo con los colores del Basilea importados de su Suiza natal. Su principal referencia en materia estratégica de juego fue, además, el holandés Johan Cruyff, paisano de aquel Koeman que marcó el gol de la victoria en su primera Copa de Europa; pero aun así el club que se define como más que un club ha devenido en emblema del catalanismo. Tanto, que su directiva no dudó en echar un cuarto a espadas en el follón que tanto trabajo y audiencia da a las televisiones en estos días.

Curiosamente, o no, su íntimo enemigo, el Real Madrid, fue fundado por dos catalanes bajo el ya olvidado nombre original de Madrid Football Club. Al equipo blanco lo identifican con la españolidad algunos de sus seguidores más enardecidos, aunque tenga entre sus presidentes de honor al argentino Alfredo Di Stéfano y un altar multinacional de ídolos que incluye o incluyó al francés Zidane, al portugués Ronaldo y hasta al húngaro Ferenc Puskas.

Los del Barça van más lejos y asocian a su rival directamente con el franquismo, por más que el general superlativo no fuese aficionado a un deporte que tal vez consideraba extranjero y algo masónico. Seguramente Franco no apreció en lo que vale la medalla de oro que el club catalán acaba de retirarle a título póstumo, cuarenta y pico años después de concedérsela.

El balompié, al igual que la política, es a menudo una pasión de tipo nacionalista que tanto puede manifestarse en los clásicos de alto riesgo entre Madrid y Barça como en el choque de banderas a propósito de un Estatut o una autodeterminación.

No ha de extrañar, por tanto, que los hinchas que llenan los estadios con sus banderas e himnos hayan pasado a ocupar las calles con los mismos o parecidos estandartes. Los colores pueden ser levemente distintos, pero la fe fanática en la victoria y el afán de doblegar al contrario por cualquier medio son idénticos en el terreno de juego y en el campo callejero de batalla.

La consecuencia lógica de esta confusión entre balompié y política es la patada que acaba de recibir el negocio de la Liga con la suspensión del Barça-Madrid. Estas son ya palabras mayores. La política se puede sobrellevar, más o menos; pero el fútbol no es una cuestión de vida o muerte, sino algo mucho más importante que eso. Lo dijo en su día Bill Shankly, legendario entrenador del Liverpool cuyas enseñanzas debieran tener en cuenta los políticos que juegan con fuego en lugar de balón. Igual no es bueno confundir la política de estadio con la de Estado; pero ya es tarde para que lo sepan.

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